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Un lamento de muerte rasgó el espacio, llegando a los oídos de todos los hombres. «¡El gran Pan ha muerto!...» Las sirenas se sumergieron para siempre en las glaucas profundidades, las ninfas huyeron despavoridas a las entrañas de la tierra para no volver jamás, y los templos, blancos, que cantaban como himnos de mármol la alegría de la vida bajo el torrente de oro del sol, se entenebrecieron, sumiéndose en el silencio augusto de las ruinas. «Cristo ha nacido», gritó la misma voz.

Lo contrario sería perderse para esta vida y para la otra, pues el Señor no perdonaba semejantes perjurios. Entonces los malos espíritus emergieron como sirenas.

Para divertir á Ulises se evocan los monstruos de lo más profundo del mar, y se les obliga á mostrarse en la superficie: ballenas y delfines discurren por el estanque, y arrojan al aire columnas de agua perfumada, que salpican á los espectadores, y sirenas y tritones celebran un baile alrededor de la barca que lleva á los amantes.

Soplaban dulces y amorosos vientos, Todos en popa, y todos se mostraban Al gran Viage solamente atentos. Las sirenas en torno navegaban, Dando empellones al bagel lozano, Con cuya ayuda en vuelo le llevaban. Semejaban las aguas del mar cano Colchas encarrujadas, y hacian Azules visos por el verde llano.

Cuando duerme en calma y el sol brilla en la altura, me deleitaba mirando al abismo, á cincuenta metros á mis piés, buscando monstruos en los bosques de madréporas y corales que se columbran al través del límpido azul, las enormes serpientes que, al decir de los campesinos, dejan los bosques para vivir en el mar y adquirir formas espantosas... Por las tardes que es cuando, dicen, aparecen las sirenas, las espiaba yo entre una y otra ola, con tanto afan que una vez creí distinguirlas en medio de la espuma, ocupadas en sus divinos juegos; distintamente sus cantos, cantos de libertad, y percibí los sonidos de sus argentinas arpas.

Verdad es que no calla la historia que hacia mal una cortesía; pero confiesa que baylaba como las hadas, cantaba como las sirenas, y hablaba como las Gracias, y estaba colmada de habilidades y virtud. Adorábala el amado Nabuzan; pero tenia Falida ojos azules, lo qual causó las mas funestas desgracias.

El salón estaba ahora empapelado de azul y oro a cuadros; la gran chimenea churrigueresca se había conservado con sus ondulantes sirenas de abultado seno de yeso. Don Víctor se contentó con pintar de un blanco gris discreto, como él decía, todas aquellas cornisas, volutas, acantos, escocias y hojarasca. A los postres, el amo de la casa se quedó pensativo.

Desarrollados los anfibios, asemejados á la humana forma, habríanse trocado en semihombres, en hombres de mar, tritones ó sirenas. Sólo que, al revés de las melodiosas sirenas de la fábula, éstos hubieron permanecido mudos, impotentes para constituirse un lenguaje, para entenderse con el hombre y moverle á compasión.

El duque, algo fatigado, se sentó en una peña. Era poeta, y gozaba en silencio de aquella hermosa escena. De repente sonó una voz que cantaba una melodía sencilla y melancólica. Sorprendido el duque, miró a Stein, y este sonrió. La voz continuaba. Stein dijo el duque , ¿hay sirenas en estas olas, o ángeles en esta atmósfera?

Del sopraestante daño temerosos, Todos á una la galera empujan, Con flacos y con brazos poderosos. Debaxo del bagel se somurmujan Las sirenas que dél no se apartaron, Y á si mismas en fuerzas sobrepujan. Y en un pequeño espacio la llevaron A vista de Corfú, y á mano diestra La isla inexpugnable se dexaron.