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Pidió subsidios á sus vasallos, y los bonzos que eran dueños de la mìtad de las rentas del estado, se contentáron con levantar las manos al cielo, y se negáron á llevar su dinero al erario para sacar de ahogo al rey. Cantáron lindas oraciones en música, y dexáron que los bárbaros asolaran el estado. Querido Zadig, ¿me sacarás de este horrible apuro? le dixo en lastimoso tono Nabuzan.

Todas las clases del estado hiciéron enérgicas representaciones á Nabuzan; y públicamente se decia que era llegada la fatal catástrofe del reyno, que estaba colmada la medida de la abominacion, que un siniestro suceso amenazaba la naturaleza; en una palabra, que Nabuzan, hijo de Nuzanab, estaba enamorado de dos ojos azules rasgados.

Fió el buen rey Nabuzan su cuita del sabio Zadig. Vos que tantas cosas sabeis, le dixo, ¿no sabríais modo para que tope yo con un tesorero que no me robe? por cierto, respondió Zadig; un modo infalible de buscaros uno que tenga las manos limpias. Contentísimo el rey le preguntó, dándole un abrazo, como haria.

Acometióla luego el bonzo mas eloqüente, y despues el mas intrépido: al primero le trató de parlanchin, y no pudo entender qual fuese el mérito del segundo. Todo se cifra en el corazon, dixo: yo no he de ceder ni al oro de un jorobado, ni á la hermosura de un page, ni á las artes de un bonzo; ni he de querer á nadie mas que á Nabuzan; hijo de Nuzanab, esperando á que él me corresponda.

Yo no gusto de cosas sobrenaturales, dixo Zadig, ni he podido nunca llevar en paciencia ni los hombres que hacen milagros, ni los libros que los mentan: y si quiere vuestra magestad permitir que haga la prueba, quedará convencido de que mi secreto es tan fácil como sencillo. Mas se pasmó Nabuzan, rey de Serendib, al oir que era sencillo el secreto, que si le hubiera dicho que era milagroso.

Entónces los bonzos diéron dinero, y se concluyó con felicidad la guerra. De esta suerte por sus prudentes y dichosos consejos, y por los mas señalados servicios, se habia acarreado Zadig la irreconciliable enemiga de los mas poderosos del estado: juráron su pérdida los bonzos y las oji-negras, desacreditáronle jorobados y asentistas, y le hiciéron sospechoso al buen Nabuzan.

En Persia hubieran empalado á los sesenta y tres magnates; en otros paises, hubieran nombrado un juzgado, que hubiera consumido en costas el triplo del dinero robado, y no hubiera puesto un maravedí en las arcas reales; en otros, se hubieran justificado plenamente, y hubiera caido de la gracia el ágil baylirin: en Serendib fuéron condenados á aumentar el fisco, porque era Nabuzan muy elemente.

Verdad es que no calla la historia que hacia mal una cortesía; pero confiesa que baylaba como las hadas, cantaba como las sirenas, y hablaba como las Gracias, y estaba colmada de habilidades y virtud. Adorábala el amado Nabuzan; pero tenia Falida ojos azules, lo qual causó las mas funestas desgracias.

No es empero mi corazon tan afortunado, porque tengo sobrada experiencia de que el halagado es el rey de Serendib, y que hacen poquisimo aprecio de Nabuzan. No por eso digo que sean infieles mis mugeres, puesto que quisiera encontrar una que me quisiera por propio, y diera por ella las cien beldades que poseo. Decidme si en mis cien sultanas hay una que de veras me quiera.

Con mucho gusto, respondió Zadig; los bonzos os darán quanto dinero querais. Abandonad las tierras donde tienen levantados sus palacios, y no defendais mas que las vuestras. Hízolo así Nabuzan; y quando viniéron los bonzos á echarse á sus plantas, implorando su asistencia, les respondió el rey con una soberbia música cuya letra eran oraciones al cielo, rogando por la conservacion de sus tierras.