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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Preguntéla por qué en la gran cuita que de tal modo la atribulaba entonces no había buscado, como otras veces, los consejos y la ayuda de don Sabas. Respondióme que eran casos muy diferentes unos y otros; que no dependía de su resignación ni de sus ánimos el que en tales congojas la ponía, y que yo era el único ser viviente de los de ella conocidos, llamado a entender en él antes que nadie.
Hízolo así el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alzó el antifaz del rostro y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dijo: -Altísimo y poderoso señor, a mí me llaman Trifaldín el de la Barba Blanca; soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y es que la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar a decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado.
Y, alzando la voz, prosiguió diciendo, y mirando a las aceñas: -Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión quedáis encerrados, perdonadme; que, por mi desgracia y por la vuestra, yo no os puedo sacar de vuestra cuita. Para otro caballero debe de estar guardada y reservada esta aventura.
Mas lo que yo podré hacer por serviros es lo que ahora diré: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré della.
Entonces Blázquez Serrano pidiole disculpas de venir a turbar aquellos momentos de saludable meditación; pero se trataba, dijo, de un asunto harto grave y venía a exigirle el postrer homenaje a la amistad que les había ligado hasta entonces. Vuesa merced se va exclamó; pero yo quedo, y solamente la palabra de vuesa merced puede auxiliarme en esta cuita.
Reyna diciendo que eran insignias reales, por desazer y poner la justa en recaudo, 2 s. El tercer dia de Pascua por desazer los cadahalsos del entremes de los pastores para la fiesta de los Inocentes, 5 s. Por media libra de oro de bacin para los cielos y ruedas de los ángeles, 6 s. Por una piel de oropel para estrellas, 2 s. Tres libras de aigua cuita para pegar nubes y estrellas, 1 s. 6 d.
Fuíme con mi muger á casa del señor Orcan, que era uno de mis parroquianos; le pedímos su amparo en nuestra cuita, y se le otorgó á mi muger, y á mí no. Era mi muger mas blanca que los requesones que fuéron el orígen de mi desventura, y no brilla mas la púrpura de Tyro que el color que su blancura animaba: por eso se la guardó Orcan, y me echó de su casa.
Fió el buen rey Nabuzan su cuita del sabio Zadig. Vos que tantas cosas sabeis, le dixo, ¿no sabríais modo para que tope yo con un tesorero que no me robe? Sí por cierto, respondió Zadig; un modo infalible sé de buscaros uno que tenga las manos limpias. Contentísimo el rey le preguntó, dándole un abrazo, como haria.
Dime con toda franqueza, amigo Roger, exclamó de pronto, si no te parece como á mí que la bella Doña Constanza anda estos días entristecida y pálida, cual si la atormentase ignorada cuita. Nada he notado, contestó Roger sorprendido, mas bien pudiera ser como lo dices. Oh, sin duda.
Descuella en el grupo una figura que con los ojos clavados en el astro de la noche, y con ademan dolorido y suplicante, diríase que le cuenta sus penas, y le conjura que le dé auxilio en tremenda cuita.
Palabra del Dia
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