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Actualizado: 14 de junio de 2025
Helosele la sangre que tenia, Murióse quando vió que muerto estaba La turba pertinaz en su porfia. Puesto que ausente el gran LUPERCIO estaba Con un solo soneto suyo hizo Lo que de su grandeza se esperaba. Descuadernó, desencajó, deshizo Del opuesto esquadron catorce hileras, Dos criollos mató, hirió un mestizo.
Desencajó los ojos Basilio, y, mirándola atentamente, le dijo: ¡Oh Quiteria, que has venido a ser piadosa a tiempo cuando tu piedad ha de servir de cuchillo que me acabe de quitar la vida, pues ya no tengo fuerzas para llevar la gloria que me das en escogerme por tuyo, ni para suspender el dolor que tan apriesa me va cubriendo los ojos con la espantosa sombra de la muerte!
Hízolo así el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alzó el antifaz del rostro y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dijo: -Altísimo y poderoso señor, a mí me llaman Trifaldín el de la Barba Blanca; soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y es que la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar a decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado.
Palabra del Dia
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