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Se escuchaban los pasos precipitados de dos hombres que se acercaban á la carrera. ¿Quién va? dijo Quevedo. El cocinero de su majestad contestó una voz angustiosa. ¿Y quién más? repitió Quevedo. Fray Luis de Aliaga contestó otra voz. ¡Ah, bien venido seáis! He aquí, doña Clara, que Dios nos envía amigos. Pero doña Clara no contestó. Helósele la sangre á Quevedo.
Helosele la sangre que tenia, Murióse quando vió que muerto estaba La turba pertinaz en su porfia. Puesto que ausente el gran LUPERCIO estaba Con un solo soneto suyo hizo Lo que de su grandeza se esperaba. Descuadernó, desencajó, deshizo Del opuesto esquadron catorce hileras, Dos criollos mató, hirió un mestizo.
Helósele de repente en las venas la sangre al cocinero mayor. Y tal comezón le dió en saber lo que le hubiera sido mejor ignorar, de tal modo le impulsaron su terror y su conciencia, que sin encomendarse á Dios ni al diablo, se acercó á las dos viejas y las dijo: Perdonen voacedes, pero he oído no sé qué de una muerte que me ha trastornado.
Palabra del Dia
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