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Me voy con V. contestó alzando la cabeza y sonriendo como si dijese la cosa más natural mundo. ¿A dónde? ¡Qué se yo! Donde V. quiera. A un mismo tiempo sentí escalofríos de placer y de miedo. ¿Ha huido V. de su casa?

Y ahora no te volverás a ir dijo ella, alzando los ojos hacia , como si no pudiera saciarse de mirarme. Te quedarás con nosotros, para siempre; ¡prométemelo, prométemelo inmediatamente! Guardé silencio. La felicidad me rodeaba, abrasadora como el fuego del cielo: era para un sufrimiento, una tortura. ¡Insiste también, Roberto! repuso ella. Me estremecí.

Si no me altero, ché repuso Melchor apaciblemente; pero alzando de nuevo el tono de la voz exclamó; ¡sólo que no le voy a permitir a Lorenzo ni a nadie, que me falte en mi casa! Yo soy incapaz de ofenderte dijo Lorenzo en el mismo instante en que entrando al comedor y dirigiéndose a Melchor, dijo Baldomero: Quiere venir un momento, don Melchor... ¿Para qué?...

Eraso, ve usted esta línea? Como no recibiera contestación volvió a decir: ¿Ve usted esta línea? Pues las fuerzas de usted no me han de pasar de esta línea... aquí. Alzando entonces los ojos vio a su hermano, y fue tal su sorpresa que se le cayó el lápiz de la mano y estuvo como lelo bastante tiempo. ¿Ya estás aquí otra vez? dijo con ahogada voz. Parecía tener miedo.

Si sois vos quien me ha robado mi dinero dijo juntando sus manos suplicantes, y alzando la voz hasta gritar , devolvédmelo y os... daré una guinea. ¡Yo... robado su dinero! replicó Jacobo, colérico ; os voy a tirar este jarro a las narices si decís que soy... yo, el que ha robado vuestro dinero.

Las ideas del día ... murmuró Salomé, alzando las manos al cielo en actitud declamatoria. Antes de decir lo que hizo Lázaro al encontrarse con tan estupenda novedad, contemos lo que pasó aquella noche en la vivienda de las tres damas.

Apenas estuvo restablecido de su herida, Arturo regresó a París; y aquí es, señores dijo el notario alzando la voz, donde comienzo yo a entrar en escena. El señor Conde fue a mi casa para confiarme los asuntos de la herencia, porque no se encontraba en estado de ocuparse de ellos por mismos.

Para ti no hay amorLa voluntad sofocó el grito de la imaginación, tantas veces culpable a despecho de la conciencia, y Lázaro salió de aquél cuarto para tornar al suyo, como quien vuelve de los encantos de un sueño al rudo contacto de la realidad. Se encerró cual si tuviera miedo, atrancó cuidadosamente el balcón, y sin hacer ruido fue alzando la trampa que ocultaba el hogar de su chimenea.

Cerca de él, una madre coge á su hijo, le sujeta frenéticamente con el brazo izquierdo, como si pretendiese unirlo á su corazon; y con los ojos ardiendo de ira, con la pupila dilatada y profunda por el dolor y por el espanto, con la cabellera descompuesta, con labio cárdeno, seco y convulsivo, hundiendo la nuca y alzando la frente, como el náufrago que saca la cabeza para que el oleaje no le confunda; la madre, la mujer de la Providencia, amenaza al guerrero con un ademan que trae á nuestra memoria las palabras de Agripa á Octavio: ¡levántate, verdugo!

, señora.... El día del bautizo. ¡Angelito! Lloró bien cuando le pusieron la sal y cuando sintió el agua fría.... ¡Ah! Desde entonces ha crecido una cuarta lo menos y se ha vuelto hermosísima. Y alzando la voz y esforzándose, añadió: ¡Ama, ama! Traiga la niña.