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Actualizado: 29 de julio de 2025
¡Tengo recuerdos atroces! añadió el joven insistiendo. Después, con un acento conmovido, añadió: Sois una joven llena de bondad y delicadeza, a quien estimo en extremo, pero esos motivos no puedo decirlos, ni a vos misma. Levantose Juana algo turbada y alzando su tapado: Creo que me comprometo dijo risueña.
Pero un muchacho, sacando medio cuerpo fuera de la valla, respondió desde abajo, alzando los puños: ¡No! ¡No! ¡Al fuego y a cenar con el Demonio! Entonces nueva explosión de odio santo y homicida estalló en todas las gargantas: ¡Al fuego! ¡al fuego! Y los condenados comenzaron a desfilar entre un clamor sibilante y bravío comparable a la crepitación de un incendio.
En fin dijo Lucía alzando el semblante donde las líneas redondeadas y fugaces de la adolescencia comenzaban a trocarse en trazos más firmes , yo marcharé si tú me lo ordenas; pero convencida de que es una mala acción abandonar así a una amiga, cuando se está muriendo. Salió del cuarto.
Allí acudo dentro de cinco minutos, pues tengo que hablarte, Amaury. Está bien. Le esperaré, padre mío. Y después de hacer una ligera inclinación de cabeza, salió, dirigiéndose a su cuarto. Lo primero que hizo, así que entró, fue abrir el cajón de la mesa donde había dejado las pistolas, y al ver que estaban intactas, se sonrió, alzando los gatillos.
Doblemos la rodilla, y en nuestros labios vibre, Una oracion solemne digna de un pueblo libre, Que en alas de los ángeles remonte hasta el Señor; Doblemos la rodilla, y alzando el pensamiento, En un amor unidos y un mismo sentimiento, Roguemos al abrigo de un manto protector.
D. Gabriel añadió alzando la voz qué hendidura tan grande es esa que hay en el techo? Inés, si es verdad lo que me dices, dímelo otra vez, y alza la voz. Quiero que lo oigan doña María, D. Diego y los murciélagos. Calla; por haber estado tanto tiempo sin verme, merecerías... a ver, ¿que merecerías?
Momo miró a María con toda la despreciativa dignidad compatible con su tuerta cara, y dijo en voz profunda y tono concluyente, alzando y bajando alternativamente el dedo índice: ¡Gaviota fuiste, Gaviota eres, Gaviota serás! Y le volvió arrogantemente la espalda.
El truhán de Ruperto la posó en tierra sin hacer caso de sus gritos, pero sin violencia; al contrario, la besó riéndose y le dio dinero. Después montó de un salto, a mujeriegas, y me esperó. Yo me detuve y le esperé a mi vez. Dirigió su caballo hacia mí, pero lo detuvo a corta distancia y alzando la mano preguntó: ¿Qué ha hecho usted en el castillo? He matado a sus tres amigos respondí.
Marcos Divès costeaba el muro, marchando por la nieve; su caballo, acostumbrado sin duda a aquel camino, relinchaba, alzando la cabeza y bajándola hasta el petral, con bruscas sacudidas. El contrabandista se volvía, de vez en cuando, para dirigir una mirada a la meseta de «El Encinar», que se hallaba enfrente. De improviso exclamó: ¡Ya se ven los cosacos!
Sin decir palabra, con cólera muda, cayó sobre el infeliz muchacho, y á pescozones y puntapiés lo arrojó de la taberna. Luego, jadeante y pálido, se acercó al mostrador. Oye, niña, ¿no te he dicho que no me da la gana que ese granujilla ponga los pies en esta casa? ¿Es que te quieres divertir conmigo? Y alzando al mismo tiempo la mano, le dió un golpe en el rostro.
Palabra del Dia
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