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Actualizado: 16 de junio de 2025
Los que hayan salido con bien pueden gloriarse de tener suerte. Sí exclamó Marcos Divès riendo ; yo veía llegado el momento en que Materne iba a tener que tocar llamada; sin los cañonazos de última hora, a fe mía, la cosa tomaba mal cariz.
Marcos Divès, el contrabandista, tiene en abundancia; mañana irá usted a verle de mi parte, y le dirá que Catalina Lefèvre compra toda la pólvora y todas las balas de que disponga; que ella paga; que venderá su ganado, su granja, sus tierras..., todo..., todo, para adquirirla; ¿comprende usted, Hullin? Sí, comprendido; es muy hermoso lo que usted hace, Catalina. ¡Bah!
De vez en cuando hacía Materne sobre el cosaco reflexiones como éstas: ¡Qué cosa más singular!, ¿eh? Una nariz redonda y una frente como una caja de queso. ¡Y eso que hay hombres raros en el mundo! Le has dado bien, Kasper; exactamente en medio del pecho; y, mira, la bala le ha salido por la espalda. ¡La pólvora es magnífica! Divès tiene siempre buen género.
Pero Divès no era hombre que se entregara a la contemplación, y no perdió tiempo en hacer reflexiones poéticas sobre el tumulto y el encarnizamiento de la batalla.
En el umbral de la barraca se estrecharon las manos unos a otros y se dieron las buenas noches; y unos a la derecha y otros a la izquierda, formando pequeños grupos, regresaron a sus aldeas. ¡Buenas noches, Materne, Jerónimo, Divès, Piorette; buenas noches! gritaba Juan Claudio.
Unicamente Divès y su gente no se conmovían por aquellos sucesos, y sin dejar de galopar, riendo y alborotando, gritaba el contrabandista: Nunca he visto una fogarata parecida... ¡Ja, ja, ja! Hay que reírse mil años... Pero, al poco tiempo, Marcos quedose pensativo y dijo: Todo esto debe venir de Yégof.
A la izquierda de la aldea, en la ladera del Valtin y en medio de los matorrales, Marcos Divès, montado en un caballejo negro de larga cola, con su espadón colgando del puño, señalaba las ruinas y el camino de schlitte. Un oficial de infantería y algunos guardias nacionales, con uniformes azules, le escuchaban; Gaspar Lefèvre solo, delante del grupo, y apoyado en el fusil, parecía meditabundo.
Obedeció Hullin, y ambos se alejaron por la explanada sin despedirse de Hexe-Baizel, la cual, por su parte, no se atrevió siquiera a asomarse al umbral para verlos marchar. Cuando los dos amigos estuvieron en lo bajo del peñón, Marcos Divès, deteniéndose, dijo: Tú vas a los pueblos de la sierra, ¿no es eso, Hullin?
La cabeza de Marcos Divès, con su ancho sombrero de fieltro, rígido por el frío, se inclinó en la sombra. ¿Qué hay, Marcos? ¿Qué noticias? ¿Has avisado a los de la sierra, a Materne, a Jerónimo, a Labarbe? Sí, a todos. Pues no hay tiempo que perder; el enemigo ha pasado. ¿Ha pasado? Sí..., en toda la línea... He recorrido quince leguas por la nieve, desde esta mañana, para decírtelo. ¡Bien!
¡Bah! ¡Yo haría como Rochart! exclamó Frantz ; acabaría de una vez. Tiene razón el viejo: cuando uno ha cumplido su deber, ¿por qué ha de tener miedo? ¡Dios es justo y lo ve todo! En tal momento, el ruido de unas voces fue elevándose a la derecha de los interlocutores. Son Marcos Divès y Hullin dijo Kasper, después de prestar atención.
Palabra del Dia
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