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Actualizado: 16 de junio de 2025
Por último, el anciano Colon colocó una cesta de víveres en una piedra y, en tal momento, Kasper Materne suspiró, abrió los ojos, y al ver las provisiones comenzó a castañetear los dientes, como una zorra cuando va de caza. Comprendieron en seguida lo que aquello quería decir, y Marcos Divès fue colocando a cada uno su calabaza de aguardiente bajo la nariz, lo que bastó para resucitarlos.
Vamos gritó Divès ; el tiempo vuela. ¡En marcha! ¡En marcha! Todos salieron. Los contrabandistas condujeron el furgón, que contenía varios millares de cartuchos y dos barriles de aguardiente, a trescientos pasos de allí, en medio del valle, y desengancharon los caballos. Vosotros, seguid marchando gritó Marcos al resto de la caravana ; dentro de pocos minutos os alcanzaremos.
Y cuando hubo desaparecido en el bosque, y el silencio sucedió, de repente, a aquel discorde ruido, Catalina se volvió y vio a Hullin detrás de ella, pálido como un muerto. Pues bien, Catalina dijo éste ; todo ha terminado. Ahora vamos a subir allá arriba. Frantz, Kasper y los de la escolta, Marcos Divès, Materne, todos esperaban en la cocina con las armas en descanso.
Empiezo a comprender dijo Catalina al cabo de algunos segundos ; esta noche hemos sido atacados de frente y de costado. Exactamente, Catalina; por fortuna, diez minutos antes del ataque, un hombre de Marcos Divès, el contrabandista Zimmer, que ha sido dragón, llegó a todo correr para prevenirnos. Sin este aviso, estábamos perdidos.
Marcos Divès y Piorette, testigos de aquel golpe de audacia, descendían atravesando los pinares, para cortar la retirada al general enemigo; pero no pudieron conseguirlo.
Hullin comprendió por lo que oía que Catalina seguía pensando en la historia de Yégof; pero viendo cuán irritada estaba la anciana y pensando que sus propósitos contribuirían a la defensa del país, no hizo ninguna observación a este respecto, y dijo solamente: Entonces, Catalina, quedamos conformes; mañana iré a ver a Marcos Divès... Sí, compre usted toda la pólvora y todo el plomo que tenga.
Y girando pausadamente los talones, con paso firme, alta y derecha la cabeza, a pesar de la extraordinaria inclinación de la pendiente, el Rey de Bastos descendió el sendero de la roca. Hullin, Marcos Divès y también Hexe-Baizel prorrumpieron en una sonora carcajada. Está completamente loco dijo Hexe-Baizel.
Hacía tres días que los víveres faltaban completamente en el Falkenstein, y Divès no había dado señales de vida. ¡Cuántas veces, durante aquellas largas jornadas de agonía, los sitiados habían vuelto los ojos hacia Falsburgo! ¡Cuántas veces habían escuchado con inmensa atención, creyendo oír los pasos del contrabandista, cuando sólo llenaba el espacio el vago murmullo del aire!
¿Y yo? exclamó Marcos Divès . ¿Yo no tendré nada que hacer? ¿Voy a permanecer con los brazos cruzados viendo batirse a los demás? Tú quedas encargado del transporte de municiones; ninguno sabría manejar la pólvora mejor que tú, preservándola del fuego y de la humedad, fundir balas, hacer cartuchos...
Hullin había visto las escalas antes que Materne, y su indignación contra Divès aumentó más aún; pero como en semejantes ocasiones la indignación no sirve para nada, mandó a Lagarmitte que dijera a Frantz Materne, el cual se hallaba apostado al otro lado del Donon, que acudiese a toda prisa con la mitad de los hombres a sus órdenes.
Palabra del Dia
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