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Me ha engañado vilmente, porque tampoco creyó tan precavido a mi padre para que me hubiese escrito la carta que me entregó D. Acisclo. Don Jaime presumía ¿qué digo presumía? juzgaba tener seguridad de que yo no sabría jamás que él estaba en el secreto de mi herencia. Ahora mi amor se ha convertido en odio y en desprecio.

A la dedicatoria que mencionamos sigue otra al público, cuyo lenguaje respira el mayor orgullo: «Contigo hablo, bestia fiera, que con la nobleza no es menester, que ella se dicta más que yo sabria.

Pus que sean quince... ó que sean doce, ya que usted se empeña. Pero de ahí no bajo nada. No me conformo con menos de doce ó daré el escándalo. En usted confío, dotor. Ya le quisiera yo ver con una perra como la mía: sabría lo que es bueno. ¿Qué he de hacer? ¿Ir á presidio y que se mueran de hambre mis pequeños? ¡Que paguen, que paguen, ya que quieren hacer el guapo!

Puede uno saber muy bien las reglas de un arte, y no acertar á ponerlas en práctica. Tal recitaria todas las reglas de la oratoria sin equivocar una palabra, que no sabria escribir una página sin chocar, no diré con los preceptos del arte, sino con el buen sentido. El silogismo. Observaciones sobre este instrumento dialéctico.

Si las tuviera no sería yo el que me pusiera a escribir tonterías para divertir a otros, o tener empleo con sueldo... Pero si tuviera empleo, y jefe, y a hora fijas, y onces, y expedientes, y la cesantía al ojo, no tendría yo humor de escribir periódicos... o ser catedrático... pero si fuera catedrático, sabría algo, y entonces no servía para periodista...

Seguramente le había visto de lejos hablando y riendo con Leonora. Pronto sabría su madre el encuentro. Aquella muchacha parecía mirarle como cosa suya, y su gesto de mal humor era ya el de la esposa que se prepara para una escena, de celos a puerta cerrada. Como si le amagase un peligro se despidió de don Matías y sus amigos y evitando un nuevo encuentro con Remedios, salió del mercado.

Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa, y que si lo hacía por no tener confianza que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia como para mayores cuidados era bastante.

Guardo estas flores porque tienen para el mérito de venir de sus manos; pero yo no sabría llevarlas con gracia en mi boutonnière, como sus elegantes amigos; estaría ridículo. ¿Por qué? interrogó María Teresa simulando no comprender. Son ideas que usted se hace; déjeme colocarle las flores...

¿No le gusta a usted, Elena? ¿Qué quiere usted que le diga? Apenas la conozco... No es más que una chiquilla... Si usted quisiera ocuparse de ella con un poco de indulgencia, la sociedad de usted podría serle muy provechosa. Luciana hizo un gesto que no fue de entusiasmo. No sabría qué decirle... Es imposible encontrar dos naturalezas más opuestas que la de la hija de Lacante y la mía.

Ojeda dejábase vencer de nuevo con cualquiera de estos incidentes. Al llegar a tierra sería otro hombre, recobraría su fidelidad; pero aquí estaban en pleno Atlántico, y ¡quién sabría nunca lo que ocurriese!... Había que entregarse a su destino; seguir las sugestiones irresistibles del «gran impuro». Y Maud la dominadora le veía otra vez sujeto a su encanto atormentador.