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Actualizado: 16 de septiembre de 2024


El gitano, sobre el puente de su buque, completamente vestido de negro, con su gorro adornado de una pluma blanca, los brazos cruzados y montado sobre su caballito que llevaba una rica gualdrapa de púrpura, y cuyas crines, trenzadas de hilo de oro, caían formando globitos de cristal y de pedrería, sujetos con cintas de plata.

Todos en Europa despertamos á una nueva vida gracias á estos cruzados de la libertad... Los pueblos evocan imágenes en mi pensamiento. Si recuerdo á Grecia, veo las columnatas del Parthenón; Roma señora del mundo es el Coliseo y el Arco de Trajano; la Francia revolucionaria es el Arco de Triunfo. Era algo más, según el ruso.

Al verle con su cabeza baja y meditabunda, con los brazos cruzados sobre su cintura y las manos perdidas en las anchas mangas de su hábito, atravesar tristemente las calles de Zaragoza en dirección á la Universidad, acompañado de un lego, todos decían: ¡Oh, qué buen sacerdote y qué santo varón es el padre Aliaga!

Viven allí, divididos en diez naciones diferentes y que hablan distintas lenguas, unos pueblos, todos ellos dedicados á la navegacion, y que conocen perfectamente las mas pequeñas vueltas y revueltas de esos canales naturales, diariamente cruzados por ellos en canoas hechas de un solo tronco de árbol, el cual es ahuecado á fuerza de hierro y de fuego.

De cuando en cuando se echaba atrás hasta el punto de que sus cabellos me barrían los labios. No podía hacer un gesto de mi lado, que yo no sintiera en seguida su aliento desigual y lo respiraba como un ardor más. Tenía los dos brazos cruzados sobre el pecho, acaso para contener los latidos de su corazón.

¡Es... es... el... el... el guardacostas! balbuceó el fraile con una pena extrema. Y se oían rechinar sus dientes. Y miraba, con los brazos cruzados sobre su pecho jadeante. El gitano se encogió de hombros, fue a sentarse sobre un empalletado y se volvió hacia Santa María repitiendo: ¡Qué hermosa estaba!

Estábamos todos conmovidos y aterrados con la patética relación de la desgraciada niña, digna de mejor suerte. Después... entraron unos hombres; ¡qué hombres! Vestían de cruzados como don Pedro del Congosto, y venían a recordar a lord Gray que este le había desafiado... Entraron los amigos de lord Gray y todos se rieron mucho del desafío con D. Pedro.

Petra, temblando de frío, con los brazos cruzados, unos blanquísimos brazos bien torneados, se retiró discretamente, pero se quedó en la sala contigua esperando órdenes. Ana se empeñó en que Quintanar casi siempre le llamaba así bebiese aquella poca tila que quedaba en la taza. ¡Pero si don Víctor no creía en los nervios! ¡Si estaba sereno! Muerto de sueño, pero tranquilo. «No importaba.

Por eso hacía tiempo que había resuelto confundir a todos los seres que le rodeaban en una masa caótica, en la cual sólo dos o tres aparecían con algún carácter individual. La niña aguardó con sus bracitos cruzados cerca de un cuarto de hora. Al fin el señor de Quiñones, después de jugar una entrada con fortuna, se dignó clavar en ella una mirada severa que la hizo empalidecer.

A los pies de Lucía, en una banqueta, con los brazos cruzados sobre las rodillas de la niña, ¿quién es la que está sentada, y la mira con largas miradas, que se entran por el alma como reinas hermosas que van a buscar en ella su aposento, y a quedarse en ella; y la deja jugar con su cabeza, cuya cabellera castaña destrenza y revuelve, y alisa luego hacia arriba con mucho cuidado, de modo que se le vea el noble cuello?

Palabra del Dia

jediael

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