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Actualizado: 18 de julio de 2025


¡Es... es... el... el... el guardacostas! balbuceó el fraile con una pena extrema. Y se oían rechinar sus dientes. Y miraba, con los brazos cruzados sobre su pecho jadeante. El gitano se encogió de hombros, fue a sentarse sobre un empalletado y se volvió hacia Santa María repitiendo: ¡Qué hermosa estaba!

Y diciendo esto, Kernok empujó a Durand contra el empalletado, que caía a pedazos. En efecto, aunque la corbeta estuviese horriblemente averiada, se adelantaba viento en popa sobre el brick con un jirón de vela de su mesana, mientras que El Gavilán, que había perdido todas sus velas, no podía evitar el abordaje que el inglés quería intentar, y que había de serle ventajoso porque eran más.

El gitano se aproximó silenciosamente a la brújula, comparó su dirección con la del viento, calculó las probabilidades de la brisa, reflexionó un instante... después tomó un silbato de oro suspendido de su cintura, se lo llevó tres veces a la boca, y de un salto se plantó en el empalletado. A esta señal, diez y ocho negros subieron silenciosamente al puente.

La brisa fresquea; vamos, muchachos, limpiemos el puente. Y en cuanto a los heridos... en cuanto a los heridos repitió golpeando maquinalmente el empalletado con su hacha , les harás llevar a la corbeta, maestro Durand dijo bruscamente. ¿Para...? preguntó éste con aire interrogativo. Ya lo sabrás respondió Kernok con aire sombrío, frunciendo sus espesas cejas.

Palabra del Dia

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