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El primer conjuro deste día memorable entre todos los de mi vida fué decirme: "Ea, Gavilán amigo, salta por la pompa y aparato de doña Pimpinela de Plafagonia. ¿No te cuadra el conjuro, hijo Gavilán? Pues salta por el bachiller Pasillas, que se firma licenciado sin tener grado alguno. ¡Oh, perezoso estás! ¿Por qué no saltas?

Perros dijo entre dientes , ésos son los restos de un buque que ellos habrán atraído y hecho naufragar. ¡Ah! si alguna vez El Gavilán... ¿Qué quiere usted? dijo Ivona cansada del silencio del desconocido.

¡Que qué pasa! gritó Kernok con voz de trueno ; ¡que qué pasa, perros! pues que un barco de guerra; una corbeta inglesa que fuerza su aparejo para alcanzarnos... una corbeta que tiene sobre El Gavilán la ventaja de la brisa, porque el viento es más fuerte allá abajo, y sólo nos llegará con ese inglés ¡que mal rayo parta!

El gavilán y la paloma eran nada menos que Indra y Agni, poderosísimos dioses, que habían querido demostrar y habían demostrado la inmensa piedad del rey y tal vez lo inútil e inconducente de su sacrificio, ya que por ley natural e ineludible en este bajo mundo nos devoramos unos a otros, y la muerte en unos es en otros principio y causa de vida.

Llamábase Baltasar Gavilán. Su padre le había dejado algunos cuartejos; pero el muchacho, encalabrinado con la susodicha hembra, se dió a gastar hasta que vió el fondo de la bolsa, que ciertamente no podía ser perdurable como las cinco monedas de Juan Espera-en-Dios, alias el Judío Errante.

El prudente capitán se puso, pues, al pairo, esperó los acontecimientos, ordenó a la tripulación que se prosternase de rodillas e invocase a San Pablo, el patrón del navío, que no podía dejar de manifestar su poder en una ocasión semejante. Y siguiendo el ejemplo del capitán, la tripulación dijo un Páter. Pero El Gavilán avanzaba siempre. Dos Ave.

No había que pensar tampoco en defenderse. ¿Qué podían hacer los dos malos cañones del San Pablo contra las veinte carronadas de El Gavilán, que enseñaban sus gargantas amenazadoras?

Todo estaba dispuesto a bordo de El Gavilán: el capitán del desgraciado San Pablo, creyendo que el brick de Kernok era un navío de guerra, sin dejar de gemir por la desgracia ocurrida a bordo, izó el pabellón inglés, esperando ponerse así bajo su protección.

, capitán, muerta, muerta por una bala que ha entrado por debajo de la línea de flotación; y lo más raro es que el cuerpo de la señora ha tapado justamente el agujero que el cañonazo había hecho, sin lo cual el agua hubiese entrado y el brick se habría ido a pique. De todos modos, la señora ha salvado a El Gavilán, y vale más eso que...

Un toque de silbato particular, repetido por el contramaestre, hizo aparecer como por encanto a los cincuenta y dos hombres y a los cinco marmitones que componían la tripulación de El Gavilán, y que se colocaron en dos filas, con la cabeza alta, la mirada fija y las manos colgando. Aquellas buenas gentes no tenían el aire cándido y puro de un joven seminarista, ¡oh no!