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Y el nombre del maestro Durand, el artillero-cirujano-calafate de a bordo, resonaba desde el puente a la cala, dominando el ruido y el tumulto inseparables de un combate tan encarnizado como el que se libraba entre la corbeta y el brick; y, en efecto, a cada andanada que enviaba, El Gavilán temblaba y crujía en su armazón, como si hubiese estado a punto de abrirse.

El principal motivo de estos abandonos de buque son sin duda las tempestades y los incendios que dejan a la deriva negros esqueletos errantes. Pero hay otras causas singulares entre las que se puede incluir lo acaecido al María Margarita, que zarpó de Nueva York el 24 de Agosto de 1903, y que el 26 de mañana se puso al habla con una corbeta, sin acusar novedad alguna.

Usted sabe muy bien, mi oficial, que el hombre que manda durante mucho tiempo un barco de vela, llega a mirarle como una cosa viva; el Viejo así lo creía, y hablaba con su Dragón más que con su gente. Consideraba a su corbeta como si fuera su mujer, su novia o su querida. La única distracción de Zaldumbide era jugar con Marí Zancos, una mona que le había regalado un capitán español.

Nardi arrojó en el brasero dos o tres pedazos de tablones embreados, que se inflamaron, y Lionetti prosiguió: Lo más triste de esta historia es esto: Tres semanas antes de la catástrofe, una pequeña corbeta, que iba a Crimea, lo mismo que la Ligera, naufragó del mismo modo y casi en el mismo sitio; sólo que aquella vez pudimos salvar la tripulación y veinte soldados de ingenieros que iban a bordo... ¡Es claro, esos pobres tiralíneas no estaban en su elemento!

El capitán, hombre de cuarenta años, de mediana estatura y recias espaldas, rostro atezado, barba negra cerdosa, pesado y macizo como su navío, los esperaba de bruces sobre la cornisa de la obra muerta. Acompañábalo Velázquez. La Esperanza, que así se nominaba la corbeta, iba á la América del Sur por carga de cacao, llevándola heterogénea de algunos productos de la Península.

Lo difícil era que el azar de una corriente ó de un rumbo colocase este despojo, en el inmenso desierto marino, ante la proa de un velero sin prisa. Una corbeta de guerra francesa encontraba entero, cerca de las Canarias, á uno de estos monstruos, flotando sobre el mar, enfermo ó herido. Los oficiales habían dibujado sus formas y anotado sus fosforescencias y cambios de color.

Despues de mil y mil contrariedades, el 25 de Marzo de 1806 se presentaba Miranda en la Costa Firme, á vista de Ocumare, con una corbeta y dos goletas, únicos auxilios que pudo conseguir de la América del Norte. Sus fuerzas de desembarco se componian de unos 200 jóvenes que se le unieron un Haiti.

Durante este tiempo, el maestro Durand había hecho conducir los heridos a bordo de la corbeta inglesa. Pero, ¿por qué no nos dejan a bordo del brick? preguntaban con insistencia al buen doctor. Hijos míos, yo no nada; tal vez porque aquí son mejores los aires, y en las heridas graves hay que cambiar de aires, ya se sabe.

Los doce cañones de estribor les vomitaron en la cara una granizada de piastras, con un estruendo espantoso. ¡Hurra! gritaron los piratas. Cuando el espeso humo se hubo disipado y se pudo apreciar el efecto de aquella andanada, no se vio ya a ningún inglés, a ninguno... Todos habían caído al mar o sobre el puente de la corbeta, todos estaban muertos o espantosamente mutilados.

Y todas las miradas se volvieron hacia el punto que Kernok designaba con el extremo del anteojo. ¡Ocho, diez, quince portas! exclamó ; una corbeta de treinta cañones; ¡muy bonito! y por añadidura, de la escuadra azul. Llamó a Zeli.