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Era cosa decidida que nadie se librara... Al llegar a este punto, el patrón se interrumpió, gritando: ¡Ten cuidado, Nardi, que se apaga la lumbre!

Todos los autores que han escrito la historia de las bellas artes en España cuentan que, habiéndose intentado cobrar tributo de alcabala a los pintores, éstos, representados por Ángelo Nardi y Vicente Carducho, litigaron en demanda de que la pintura fuese exenta y considerada como arte liberal. Las declaraciones hechas en aquella ocasión por varones eminentes son curiosísimas.

Nardi arrojó en el brasero dos o tres pedazos de tablones embreados, que se inflamaron, y Lionetti prosiguió: Lo más triste de esta historia es esto: Tres semanas antes de la catástrofe, una pequeña corbeta, que iba a Crimea, lo mismo que la Ligera, naufragó del mismo modo y casi en el mismo sitio; sólo que aquella vez pudimos salvar la tripulación y veinte soldados de ingenieros que iban a bordo... ¡Es claro, esos pobres tiralíneas no estaban en su elemento!

Los pintores vencidos en aquel certamen fueron Caxés, Nardi y Vicencio Carducho, quien debió de quedar amargado para mucho tiempo, pues seis años más tarde al publicar su libro aún atacaba encubiertamente a Velázquez.

Uno de sus biógrafos dice que «supo ser amigo de Rubens, el más generoso de los artistas, y de Ribera, el más celoso de todos». Observemos además, que si derrota a Ángelo Nardi cuando el certamen de La Expulsión de los Moriscos, conserva amistad con él y su antiguo rival le favorece declarando en las informaciones del hábito de Santiago: hace que sean llamados a Madrid sus condiscípulos Alonso Cano y Zurbarán; va a Zaragoza con la Corte, y por su mediación es nombrado Jusepe Martínez, pintor de Cámara.

Don Gaspar de Fuensalida prestó la fianza de 300 ducados: la prueba duró algunos meses, y en ella declararon Carreño, Zurbarán, Ángelo Nardi, el Marqués de Malpica, el portugués Marqués de Montebello y Alonso Cano, el cual afirma que «jamás oyó decir que Velázquez practicase el oficio de pintor ni hubiera vendido cuadros, sino que los hacía por gusto en obediencia del Rey para ornato de Palacio, donde desempeñaba cargos honrosos».