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Actualizado: 7 de julio de 2025
Malakoff, llamaban entonces, por la torre famosa en la guerra de Crimea, a lo que en llano se ha llamado siempre miriñaque o crinolina.
La nave que debía transportar al Zar de San Petersburgo a Cronstadt saltaba por los aires; en Moscú se sublevaban dos regimientos; una columna de ciudadanos de Siberia marchaba, armada, hacia los Urales y un puñado de expatriados desembarcaba en Crimea y ponía a sangre y fuego las provincias meridionales del Imperio, todo al mismo tiempo.
Se les condujo a Bonifacio y permanecieron dos días con nosotros en la marina... Después que se secaron bien y se pusieron en pie, ¡buenas noches, buena suerte! ¡Regresaron a Tolón, donde volvieron a ser embarcados para Crimea!... ¿A que usted no adivina en qué buque?... ¡En la Ligera, señor!... Los vimos a todos veinte, tumbados entre los muertos, en el sitio donde nos encontramos ahora... Yo mismo conocí a un lindo sargento de finos bigotes, un pisaverde de París, a quien había hospedado en mi casa y que nos había hecho reír todo el tiempo con sus historias... Al encontrarlo allí, se me partió el corazón... ¡Ah, Santa Madre!...
El conde de Cavour metió 15.000 hombres por una rendija en Crimea, y luego los maniobró tan bien, que hizo la unidad italiana. Nuestros nacientes países no tienen hoy un propósito tan vital que perseguir; pero los resultados de una aproximación general y las ventajas de marchar en la misma línea de las grandes naciones, tan sólo sea una vez, pueden ser de incalculable importancia...
Adán Mickiewier se ha dado a conocer ventajosamente en Europa por su Conrado, bosquejo histórico, sacado de los anales de la Lituania, y por sus sonetos de Crimea; pero lo que más le ha recomendado por su originalidad y valentía es el rasgo que hemos dado a conocer, y que, traducido libremente al castellano, ofrecemos al público. Precio del número, 0,30
El doctor y Petrov callaban; Pomerantzev se divertía en hundir los pies entre las hojas secas, y miraba a cada instante atrás, para ver si quedaban huellas. Charlaba acerca del otoño en Crimea, aunque él no había estado allí nunca; acerca de la caza, que no conocía, y acerca de otras muchas cosas incoherentes, pero divertidas y no desprovistas de interés. ¡Sentémonos! propuso el doctor.
Todo lo que sabemos es que la Ligera, llena de tropas para Crimea, había zarpado de Tolón la víspera por la tarde, con mal tiempo. De noche todavía, empezó a arreciar el temporal. Viento, lluvia, mar alborotado como nunca. Por la mañana amainó un poco el viento, pero el mar continuaba tan fiero; y a todo esto, una maldita bruma del demonio, que no permitía distinguir un fanal a cuatro pasos.
Yo dije sonriendo á mi mujer: ¿para qué más guerra que una gran asamblea de mujeres? Luego añadí: tal vez sucederá á ese muchacho lo que tú acabas de decir; pero ¿quién sabe si va á Sebastopol contra la Rusia, y es el primer soldado que clava la bandera en la torre de Malacoff, salvando á Europa en las alturas de Crimea? ¿Es decir, arguyó mi mujer, que tú estás porque haya guerras en el mundo?
Nardi arrojó en el brasero dos o tres pedazos de tablones embreados, que se inflamaron, y Lionetti prosiguió: Lo más triste de esta historia es esto: Tres semanas antes de la catástrofe, una pequeña corbeta, que iba a Crimea, lo mismo que la Ligera, naufragó del mismo modo y casi en el mismo sitio; sólo que aquella vez pudimos salvar la tripulación y veinte soldados de ingenieros que iban a bordo... ¡Es claro, esos pobres tiralíneas no estaban en su elemento!
Es mejor, en todo caso, una niña ó una mujer solas en el mundo, que protegida por un hermano ó por un marido deshonrado. Esperaba de un momento á otro algún mensaje del señor de Bevallan. Preparábame á pasar á la casa del preceptor de la villa, que es un oficial joven, herido en Crimea, y pedirle su concurso, cuando llamaron á mi puerta. El que entró fué el señor de Bevallan.
Palabra del Dia
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