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Agrandábanse los montes y se velaban los valles bajo la bruma de la mañana. Por la parte del mar, el Serantes, que guarda la desembocadura de la ría de Bilbao, recortaba sobre el cielo plomizo su mole coronada por un castillete abandonado.

Una nube rojiza se extendía frente a la proa sobre el perfil negro de la costa. Debía ser el reflejo de una ciudad iluminada... ¡Montevideo! Y otra vez la inconstancia de la muchedumbre se puso de manifiesto con alabanzas al capitán por haber avanzado sin extravíos a pesar de la niebla. Abríanse grandes claros en el cielo al rasgarse la bruma.

En invierno, la playa de las Ánimas es triste; la bruma blanquecina cubre el mar; jirones de niebla se levantan por el Izarra, y el aire y el agua se confunden. Ni una línea se destaca claramente; cielo y agua son la misma cosa: un caos sin forma y sin color.

En la cumbre del Zenete, que está mirando á la Alhambra y á las dos torres Bermejas, y á la Vega, que se ensancha al Poniente, con sus rios, que, como cintas de plata, relucen entre la bruma de la noche solitaria por la luna esclarecida, se eleva la torre blanca, con sus bellos azulejos y sus ricas ajaracas, de la famosa mezquita donde el sepulcro se guarda en que el cuerpo se venera del santon Sydi Ben-Dara.

Adiós... adiós...; mira, las leyes de la naturaleza son las que te hacen caer, desprenderte de mi seno.... Adiós, hija mía, manecita mía; adiós... adiós.... Hasta la eternidad». Y la figurilla, que por lo visto era de cera, se desvanecía, se derretía en aquella bruma caliginosa, que envolvía a la criaturita y a ella también, a Emma, y la sofocaba, la asfixiaba.... Abrió los párpados con sobresalto, y vio a Bonis que, con la mirada de Agnus Dei, como ella decía, enternecida, clavaba sus ojos claros en el vientre en que iba su esperanza.

En ella vive la raza, y su lírica figura a las hadas rememora, cuando en la noche serena aparecen con sus clámides rutilantes de hermosura bajo los besos de amor y paz de la luna llena. En la magia de su rostro que es poético y sencillo se conserva la dulzura de la Virgen de Murillo, una bruma de delirio y una sensación de seda.

Fué surgiendo de esta bruma mental la larga escalera de su memoria, con un último peldaño negro y rojo: el bloque de emociones que representaba el día anterior. ¡Y él había dormido tranquilamente rodeado de enemigos, sometido á una fuerza arbitraria que podía destruirle en uno de sus caprichos!... Al entrar en la cocina, su conserje le dió noticias. Los alemanes se iban.

Así habían de marchar los marinos días enteros; y cuando al fin se libraban de este sudario, respirando con la satisfacción del que despierta de una pesadilla, otra muralla cenicienta y nebulosa avanzaba sobre las aguas, envolviéndolos de nuevo en su noche. Los hombres más valerosos y serenos juraban al ver la barra interminable de la bruma cerrando el horizonte.

Sentía bullir bajo sus pies la poderosa máquina y pensaba que cada vuelta de aquel rápido motor le alejaba de la cautividad y lo acercaba á los que le amaban y no habían cesado de llorarle. Sus miembros estaban como entumidos, pero su pensamiento se destacaba poco á poco como de una bruma y aparecía luminoso y activo.

A todos lados, valles profundos cuyo fondo se entreveía a través de la bruma flotante que se columpiaba a nuestros pies.