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Actualizado: 18 de julio de 2025
Quedaba atrás, confundiéndose con otras montañas, el famoso pico de Banderas, con su castillete abandonado que recordaba la heroica Noche Buena de Espartero, el combate de Luchana, milagro de la leyenda dorada del liberalismo, que aún vivía en todas las memorias agrandado por las fantásticas proporciones que da la tradición.
Una mortificación más. ¡Todo sea por Dios!... Y entraron en el castillete, convertido interiormente en capilla. Allí hacían las señoras sus ejercicios no pudiendo entrar en el monasterio. Subieron la escalera, adornada con imágenes en cada rellano, y entraron en la antigua cámara, transformada en capilla. Lo primero que llamaba la atención del visitante era la escasa elevación del techo.
En el atrio, inmediato al puesto de una florista, habían colocado el cajón de la rifa piadosa, cuyos premios eran un canario enjaulado, dos sortijeros de cristal, un castillete de cartón-piedra para juguete de niños y una Virgen metida en un fanal que parecía farol: dos viejos coloradotes y rollizos expendían las papeletas, y una mujer que allí cerca tenía su canastilla de estampas y escapularios les miraba de reojo, como mercader pobre a traficante rico.
Pero al llegar á la «torre» cuyo número guardaba en su memoria y detenerse unos segundos ante su arquitectura de castillete feudal, que hacía presentir un interior semejante á los salones de las cervecerías, vió que se abría la puerta, apareciendo en ella la misma mujer que le había hablado en la Rambla de las Flores. Entre usted, capitán.
Agrandábanse los montes y se velaban los valles bajo la bruma de la mañana. Por la parte del mar, el Serantes, que guarda la desembocadura de la ría de Bilbao, recortaba sobre el cielo plomizo su mole coronada por un castillete abandonado.
Era un castillete de dos cuerpos, que revelaba el período de transición del siglo XV: la diversidad de gustos superpuestos de aquella España católica que aún tenía moros en su territorio.
Al agrandarse el monasterio, había abarcado en sus nuevas construcciones al viejo castillete de Loyola, dejándolo dentro de su recinto, pegado á la nueva edificación. La pequeña casa, que aún parecía más mezquina al ser tragada por el monasterio, resultaba lo más hermoso de toda aquella balumba de albañilería pretenciosa.
Al cristalizarse sus aspiraciones, al tomar su voluntad forma definitiva, el alegre coronamiento, el castillete morisco se había convertido en humo, se había derrumbado, quedando únicamente en pie la base pétrea, sombría, con su tono lúgubre de cárcel y fortaleza al mismo tiempo. Se abrió la portería y salió el hermano.
Al acercarse Nochebuena, Casilda y Damián dispusieron en obsequio de Luis y Genoveva, una cena opípara. Sopa de almendra, besugo, pavo, ensalada de lombarda cocida, infinidad de golosinas, para el centro de la mesa un castillete de guirlache, y para que fuese todo bien regado, Valdepeñas y Champaña de a doce reales botella.
Palabra del Dia
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