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Al salir del gabinete, la joven exclamó: ¡Ah! ¿Estaba usted ahí duque? ; no he querido sorprender secretos de Estado. ¡Y que lo diga! ¿Verdá usté? dijo la ex florista echando una mirada significativa a la modista. Esta sonrió discretamente y se fué. El duque abrazó por el talle a su querida y la llevó al gabinete. ¿Cómo te va, chiquita? ¿Bien, eh?

, señora; el señor Fabrice es una honrada persona y un hombre de talento cuyo nombre me sentiré orgullosa de llevar. Supongo que no ignoras a quién sucedes como esposa... su primera mujer fue una lavandera. Perdón, señora, era florista. ¡Es lo mismo!... ¡en bonita sociedad te vas a meter! Me encontraré contenta en ella si soy tratada con consideraciones.

La ex florista, aunque de inteligencia limitadísima y de cultura más limitada aún, tenía suficiente instinto para remachar los clavos de esta esclavitud. Con su genio arisco y desigual, aumentaba el fuego de la sensualidad en aquel viejo lúbrico.

Parecía que a través de los ramilletes pasaba un soplo primaveral que daba a las flores vida y lozanía. Los niños, atraídos por tanta belleza, dejaban sus sillitas, y paso a paso se iban colocando en torno de la florista. Con las manos detrás, ocultando el libro, permanecían largo rato, embobados y boquiabiertos, delante de tantas maravillas. A las doce concluía la tarea.

En efecto, la florista se estaba abriendo paso por la fila posterior de butacas para entregar un ramo de flores a cada una. Escudero rebosaba de contento y su digna esposa igualmente. Pero Araceli se mostraba en absoluto indiferente al triunfo de su primo. Su corazón virginal no latía ya sino con los recuerdos feudales, y Gonzalito Ruiz Díaz era el encargado de refrescárselos.

Los nervios de la antigua florista se desataron así que se vió a solas con su querido. Las palabras más soeces del repertorio de los cocheros de punto brotaron a sus labios temblorosos. Pateó, juró, rechinó los dientes, profirió mil estúpidas amenazas.

La ha conocido muy niña y la ha encaminado al teatro: cuando tropezó con ella vivía muy estrechamente aprendiendo el oficio de florista: hoy, merced a su talento, gana lo bastante para mantener con decoro a su madre y sus hermanas.

Lo que más temía, y Osorio también, era que se realizase el anunciado matrimonio de su padre. Si esto sucedía no había más remedio que ver a la ex florista ostentando la corona ducal, tratando de potencia a potencia con ellos. Aunque al principio la sociedad la rechazase, como con el tiempo todo se olvida, quizá aquella vil mujer llegaría a ser una verdadera duquesa.

Y elevando su tono la irritada voz, dijo junto a la puerta, con acento imperativo: Váyase... Voy a llamar. Sonó a lo lejos un timbre eléctrico, y él tuvo que huir, temeroso de que le sorprendiesen en su ridícula inmovilidad ante la puerta cerrada. En el pasillo se cruzó con una de las doncellas, que acudía al llamamiento disfrazada de florista tirolesa.

Afortunadamente para ellos, aunque Salabert estaba sometido en todo a su voluntad, les constaba que se oponía tenazmente a casarse, que la Amparo hacía inútiles esfuerzos para decidirle, que había habido escenas violentas entre ellos. La ex florista, al principio, lo había tomado por la tremenda.