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Si nos rompen esos crueles chiquillos, renacemos de nuestra destrucción y tornamos á vivir, describiendo sin cesar un tenebroso círculo desde la tienda á las manos de los niños, y de las manos de los niños á la fábrica tirolesa, y de la fábrica á la tienda, por los siglos de los siglos. ¡Por los siglos de los siglos! repitió Migajas absorto.

Y elevando su tono la irritada voz, dijo junto a la puerta, con acento imperativo: Váyase... Voy a llamar. Sonó a lo lejos un timbre eléctrico, y él tuvo que huir, temeroso de que le sorprendiesen en su ridícula inmovilidad ante la puerta cerrada. En el pasillo se cruzó con una de las doncellas, que acudía al llamamiento disfrazada de florista tirolesa.

Fijo en la puerta, consideraba los horrores de la trata de blancos, de aquella nefanda institución tirolesa, en la cual unos cuantos duros deciden la suerte de honradas criaturas, entregándolas á la destructora ferocidad de niños mal criados. ¡Ay! ¡Cuán miserable le parecía á Pacorrito la naturaleza humana!

En la esfera tenebrosa que rodeaba su mente, no había sino pavos haciendo clau clau; pollos que gritaban pío pío; montes de turrón que llegaban al cielo formando un Guadarrama de almendras; nacimientos llenos de luces y que tenían lo menos cincuenta mil millones de figuras; ramos de dulce, árboles cargados de cuantos juguetes puede idear la más fecunda imaginación tirolesa; el estanque del Retiro lleno de sopa de almendras; besugos que miraban á las cocineras con sus ojos cuajados, naranjas que llovían del cielo, cayendo en más abundancia que las gotas de agua en día de temporal, y otros mil prodigios que no tienen número ni medida.