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En las horas de tristeza, proyectaba entretener su actividad elevando un mausoleo enorme, todo de mármol, en la Recoleta, el cementerio de los ricos, para trasladar á su cripta los restos de Madariaga, como fundador de dinastía, siguiéndole él, y luego todos los suyos, cuando les llegase la hora. Empezaba á sentir el peso de su vejez.

El grande hombre, contagiado por el olvido general, tampoco recordaba su invención del abrazo y la hazaña en común. Veía las cosas como quería verlas «la loca de la casa»; se contemplaba elevando la diestra tal vez como le iba á representar en lo futuro una estatua de bronce en el mejor paseo de la ciudad y lanzando el grito famoso.

Todos en la casa adivinaban las mortificaciones á que sometía su cuerpo la señora, y sin embargo, la veían sonriente, con una dulzura melosa en la voz y en el gesto, elevando los ojos á la menor contrariedad y exclamando: «Todo sea por DiosEn ciertos momentos se dejaba arrastrar por su carácter imperioso, como si llevase en el cuerpo algo que exacerbaba sus nervios con oculta molestia, pero al momento replegábase dentro del caparazón de su bondad y con los ojos pedía perdón por su arrebato.

Salvatierra se exaltaba, elevando su voz en el silencio del crepúsculo. El sol se había ocultado, dejando sobre la ciudad una aureola de incendio. Por la parte de la sierra destacábase en un cielo de color de violeta la primera estrella anunciadora de la noche.

El segundo contempló el mapa silenciosamente, rascándose la barba. Luego fué elevando sus ojos caninos, hasta fijarlos en Ulises. ¿Y ? preguntó. Yo me quedo. El capitán del Mare nostrum se ha vendido con su buque. Tòni hizo un gesto doloroso. Creyó por un momento que Ferragut quería librarse de su presencia y estaba descontento de sus servicios. Pero el capitán se apresuró á darle explicaciones.

¿Usted sabe quién es, señorita Cristina? preguntéla al devolverle la carta. Es muy probable dijo, mostrándonos sus blancos dientes y sacudiendo gravemente su femenil cabeza, iluminada por la felicidad. ¡Gracias, señoras y señor! saltó del estribo y muy luego desapareció en la selva, elevando hacia el Cielo las notas alegres y sonoras de alguna canción bretona.

Después pegó á ella su otra mano, y, apoyándose en este sostén, fué elevando todo su cuerpo. Tan grande resultaba la violencia del esfuerzo, que la madera crujió, esparciendo un sonido de rotura á través del ambiente líquido y pegajoso. Poco á poco sacó la cabeza fuera del agua y vió que había cerrado la noche.

Después de una larga pausa, durante la cual Jacinta se pegó a su marido como para defenderle de una agresión, el infeliz dijo esto, empezando muy bajito como si secreteara, y elevando gradualmente la voz hasta terminar de una manera estentórea: «Y si usted descubre que su mujer, la Venus de Médicis, la de las carnes de raso, la del cuello de cisne, la de los ojos cual estrellas... si usted descubre que esa divinidad, a quien usted ama con frenesí, esa dama que fue tan pura; si usted descubre, repito, que falta a sus deberes y acude a misteriosas citas con un duque, con un grande de España, señor, con el mismísimo duque de Tal».

Los estrechó con paternal terneza, Y elevando exaltada su cabeza En las nubes de Oriente la fijó: Cayeron de rodillas ante el lecho El corazon en lágrimas deshecho Y así les dió postrera bendicion: «Benditos seais, para salvar la Patria «Y fecundar de Mayo la simiente, «Para adornar con palma refulgente «De nuestra patria el pabellon triunfal.

Desde el gabinete se veía toda la cavidad de la alcoba, donde la gran cama dorada se alzaba como un catafalco, elevando hasta muy cerca del techo su armadura de cobre, sin cortinas. La alcoba se comunicaba con otro cuarto, del cual venían dos voces distintas, pero acordadas en un tono de candorosa alegría. Era la una dulce, angelical y ternísima.