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El tío Frasquito pegó un brinco en el asiento, abriendo los ojos tamaños, y Jacobo inclinó la cabeza entre las manos, mirando atentamente su copa vacía y guardando silencio. ¡Hombrre, hombrre... eso es serio! murmuró el viejo asustado; y como viese que el otro prolongaba su silencio, tiróle de la lengua, diciendo: Serría cuestión de faldas, sin duda...

Para conseguirlo comisionó el príncipe al capitán Hugo Calverley, quien al frente de su compañía entró rápidamente en Navarra y pegó fuego á Puente la Reina y Miranda. Aquel reto bastó para que el rey Carlos desistiese de toda oposición al paso del fuerte ejército invasor por territorio navarro.

Venía un nabo aventurero a vueltas, y dijo el maestro: "¿Nabos hay? No hay para perdiz que se le iguale; coman, que me huelgo de verlos comer." Repartió a cada uno tan poco carnero, que en lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes.

¡Bueno! ¡átala á esta barra de apoyo ... Pero, ¿y si se rompe?... No se romperá. Pero, ¿qué intentas? Lo sabrás dentro de un instante ... ¡Cuidado! ... Se abre una ventana.... Mauricio se pegó al muro y Herminia no se movió. En el silencio de la noche se oyó la voz de Clementina, que decía: ¿Eres , Bobart, el que está abajo? , excelente amiga; respondió sordamente otra voz.

No, a la cárcel no dijo la víctima, haciendo gala de generosidad... dejarla, dejarla... Pepe, no le hagas nada. No; si yo no le pego... Allá se entenderá con el juez. No, juez no, juez no decía la de Fenelón muy apurada . La perdono. Dejarla; que se vaya, que se vaya pronto; que yo no la vea.

Me indicará el sitio donde le llama el deber. ¿Qué se me da a de eso? Deja la carta sobre la cómoda y vete de una vez. Algunos minutos después volvió a entrar Marina. ¡Otra te pego! gritó su ama. Es que el señor Pepe Vera quiere veros. Que entre dijo María, volviéndose con prontitud.

En el camino se nos pegó, sin que pudiésemos deshacernos de él, otro jerezano, hombre muy ordinario, pero riquísimo, y tuvimos que conformarnos con que fuese de nuestra comitiva. Al entrar en aquel sin igual edificio, mi prima alzó la cabeza, cruzó las manos, atravesó con paso acelerado la nave y se arrodilló bañada en lágrimas a los pies del altar mayor.

«Me alegro dijo el Delfín, cuando su mujer le conducía por las escaleras arriba ; me alegro de que me hubieras sacado de allí, porque no puedes figurarte lo que me iba cargando el tal inglés, con sus dientes blancos y apretados, con su amabilidad y su zapatito bajo... Si sigo un minuto más, le pego un par de trompadas... Ya se me subía la sangre a la cabeza...».

Permaneció inmóvil y pensativo largo rato. Luego, como si despertara de un sueño, sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro. Se puso el sombrero, abrió la puerta y bajó con gran sigilo las escaleras. Al pasar por delante de la puerta del piso principal, pegó el oído a ella. Estuvo un momento escuchando, la faz demudada, los cabellos erizados.

Mi cuñado, sin considerar si el barco podía salir o no, se fue corriendo a su camarote, se encerró en él y se pegó un tiro. ¡Qué atrocidad! Era un hombre tan delicado, que al pensar que pudieran echarle a él la culpa, se le amontonó el juicio y cometió esa locura.