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Uno se pegó un tiro teniendo ante su boca un pañuelo de blondas, lo único que había conseguido de la gentil duquesa. Otro, desesperado, se hizo pastor metodista y fué á evangelizar ciertas islas de Oceanía, donde su primer sermón terminó en hoguera y festín de caníbales.

Era un buen marino aquel hombre silencioso. Zaldumbide me contó que, estando en el servicio, parece que había servido en la marina danesa; un oficial, injustamente, le mandó azotar. Poco tiempo después, Nissen, una noche regó con petróleo la cama y el cuarto del oficial y les pegó fuego. Después se escapó no cómo. Mi mejor amigo en el barco era Allen. El conocia mi vida y yo la suya.

«Te pondré interno en un colegio». Mariano hizo con los dedos una señal que quería decir: «Me escaparé». «No te escaparás. ¿Piensas que vas a lidiar con bobos? Hay un maestro muy rígido. De la bofetada que le pego dijo Mariano pudiendo ya articular algunas palabras , va volando al tejado. ¡Fanfarrón!...». En la sala, la cena parecía tocar a su fin.

¡Quita, quita! ¡Gorrinazo! Y le pegó con la ballena un golpecito en los dedos. Volvió el gandulote a embestirla y ella a defenderse de la misma manera. Trató de agarrarla por la cintura. La doncella se levantó y corrió por la estancia, haciéndose la enojada. ¡No me toques, Manín! Mira que llamo a la señora. Pero él no hacía caso.

585 Yo no lo que pasó en mi pecho en ese instante; estaba el indio arrognte con una cara feroz: para entendernos los dos la mirada fué bastante. 586 Pegó un brinco como gato y me ganó la distancia, aprovechó esa distancia como fiera cazadora: desató las boliadoras y aguardó con vigilancia.

Pero el bendito de su padre no pegó el ojo en toda la santa noche. ¡Lo que él se revolvió en aquella cama buscando posturas para ahuyentar las quimeras que le desvelaban! ¡Los espacios que él recorrió con la imaginación en tantas, tan largas y tan calladas horas! En ocasiones, hasta se dolía de haber permitido tomar tan altos vuelos a «la loca de su casa».

Pepita no oyó más: su madre pegó la cabeza á la rejilla, ahogándose las palabras de la penitenta y el confesor en un confuso murmullo. La joven, sentada sobre los talones, sintiendo de la dura carne juvenil la incrustación de los tacones de sus botas, leía en su devocionario automáticamente, mientras pensaba lo que diría al confesor.

La lengua se le pegó al paladar, y miraba a D. Romualdo con aterrados ojos. «No es para que usted se asuste, señora. Al contrario: yo tengo la satisfacción de comunicar a Doña Francisca Juárez el término de sus sufrimientos.

Este consuelo se convirtió en pena al reconocer que perdido su santo Cristo y buscado por todas partes no se pudo hallar, y en toda aquella noche no pegó los ojos por la pérdida de su Señor, que le había dado tanto aliento y vigor en aquellas angustias, hasta llegar al término deseado.

280 Tal vez en el corazón le tocó un santo bendito a un gaucho, que pegó el grito y dijo: ¡Cruz no consiente que se cometa el delito de matar a un valiente! 281 Y ahi no más se me aparió, dentrándole a la partida; yo les hice otra embestida pues entre dos era robo; y el Cruz era como lobo que defiende su guarida.