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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Siéntese usted un momento, que le voy a hacer otra pregunta. ¡Ave María Purísima!... ¿con qué caballero? Con aquel que se murió de repente... Cállese, cállese o le pego... No, si yo no lo creo ya. Lo creía; pero como fue la indecente de Aurora quien me lo dijo, ya dejé de creerlo... sólo que tenía un poquito de duda. Aquí donde usted me ve, yo, al lado de ella, soy un ángel.

Era para golpear al caballo, pero lo levantaba con facilidad cuando alguno de los peones incurría en su cólera. Te pego porque puedo decía como excusa al serenarse. Un día, el golpeado hizo un paso atrás, buscando el cuchillo en el cinto. A no me pega usted, patrón. Yo no he nacido en estos pagos... Yo soy de Corrientes. El patrón quedó con el látigo en alto.

Pero mujer... Déjame, voy a tirar de la campanilla. Tonto... loco... estate quieto o te pego. Que se levanten todos en la casa para que sepan... Pero, ¿es farsa tuya? , te lo conozco en los ojos. Si no te estás quieto, no te digo más... Bueno, pues me estaré quieto... Pero responde, ¿es presunción tuya o...? Es certeza. ¿Estás segura?

Esta hembra es de revólver.» Y pegó como si su enemigo fuese un hombre, sin vacilación, sin misericordia, concentrando en el puño toda su alma. El odio que sentía y el recuerdo de los medios agresivos de la alemana le hicieron iniciar un segundo golpe, temiendo un ataque de ella, queriendo repelerlo antes de que lo realizase... Pero quedó con el brazo en alto. ¡Ay!...

Mi tía me maltrató mientras fui chica y yo tenía tal miedo de sus golpes que la obedecía sin discutir. Hasta el día en que cumplí diez y seis años me pegó aún, pero fue por última vez.

Está bien eso, Bartolo, pero tu madre te pegó en el carrillo derecho y el que tienes hinchado es el izquierdo. ¡Verdad! ¡verdad! exclamó la reunión en masa. Y se armó una de carcajadas tan estruendosas, que era imposible oir la voz estentórea del guerrero de Entralgo que protestaba rebosando indignación de aquel gratuito supuesto.

Bajó Fortunata los peldaños riendo... Era una risa estúpida salpicada de interjecciones. «¡A , decirme...! Si no me echan, la cojo... le levanto... pero no , no recuerdo bien si le arañé la cara. ¡A decirme! Si le pego un bocado no la suelto... Ja, ja, ja...». Le temblaban tanto las piernas, que al llegar a la calle apenas podía andar.

Eso es muy fácil de decir, tío replicó Gonzalo con amargura. Figúrese usted que voy a Nieva, le busco y le pego un tiro o una puñalada y le dejo muerto... Pues desde allí voy a la cárcel, y, por bien que me vaya, no me escapo sin unos años de presidio... Aparte de que la mayoría de los hombres, aunque disculpasen la acción, no la hallarían muy valerosa.

Después... después ya no he sabido nada cierto. ¡Dicen tantas mentiras! Unos, que el pobre Moreno se pegó un tiro al verse abandonado por su hija, que ya cantaba en los teatros; otros que murió en un hospital solo como un perro. Lo único cierto es que murió el infeliz y que su hija se ha dado la gran vida por esos mundos.

El joven bajaba la cabeza; agitábase su pecho con un penoso estertor, como si le ahogase el llanto al no encontrar salida en aquel cuerpo varonil. La emoción de Rafael, abrumado por aquella crueldad, enterneció a Leonora, haciéndola cambiar de tono. Se aproximó al joven, casi se pegó a él, y agarrándole la barba con sus finas manos, le obligo a levantar la cabeza.

Palabra del Dia

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