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Medité, pues, y resolví luego lo que cumplí más tarde y fue: hacer donación al pueblo de la parte de nuestro jardín sobre el cual se elevara el sepulcro, con la obligación de impedir la profanación o la enajenación de ellos; y porque esta carga no resultase jamás onerosa a la parroquia, yo me encargaba en cambio de concederle sobre la colina, al lado de la iglesia, el terreno para construir una casa rectoral que le hacía falta.

Yo había recibido de Roberto dos cartas apremiantes. Me decía que la inquietud lo devoraba y me suplicaba que le enviara noticias a vuelta de correo. No se lo dije a Marta, pero cumplí mi promesa. Ocho días pasaron; entonces noté que mis padres deliberaban acerca de la respuesta que debían enviar a la tía.

¿De qué demonios se ríe usted? De cuatro convidados, al figurármelos en torno de cierta mesa... Y volví a soltar la carcajada, pensando en la ridícula derrota del formidable y malparado trío. Y como habrá observado el lector, cumplí mi palabra y no disparé hasta que mis enemigos rompieron el fuego.

En esta distinción me fundo a veces para dar fuerza a mis escrúpulos y mortificarme. Porque yo me digo: si amo la hermosura de las cosas terrenales tales como ellas son, y si la amo con exceso, es idolatría; debo amarla como signo, como representación de una hermosura oculta y divina, que vale mil veces más, que es incomparablemente superior en todo. Hace pocos días cumplí veintidós años.

Te vi esta mañana en el «Metro», y me dije: «¡Atiza! ¿Qué busca La Choute por estos sitiosTe seguí a lo lejos y te vi entrar en esta tienda. Como tenía prisa, no me acerqué a ti... Cumplí ya con mi obligación unas lecciones en este barrio , y al regreso he entrado para darte los buenos días.

Apenas cumplí los treinta años, empecé a sufrir los más agudos dolores de cabeza que puedan imaginarse, los cuales de día en día aumentaban al grado de hacerme la vida un verdadero martirio. Solamente descansaba yo de ellos cuando dormía, razón por la cual procuré cortejar a Morfeo incesantemente.

Don Braulio suspiró varias veces; frunció las cejas; mostró cierta cólera dando algunos puñetazos, y acabó por enternecerse y derramar dos lágrimas, que lentamente le surcaron el rostro. Entonces, como por vía de desahogo y consuelo, escribió a Paco Ramírez la siguiente carta: «Querido Paco: Anoche cumplí tu encargo con todos los requisitos y precauciones que me encomendabas.

La hermana portera sabía darse tono, como sus colegas del Congreso de los Diputados. Cumplí fielmente el encargo, dando sobre la puerta un par de aldabonazos capaces de despertar a los siete durmientes. Al instante me la abrió una mujeruca pálida, vivaracha, que llevaba, a pesar de sus cincuenta años lo menos, un clavel en los cabellos grises.

En todo caso, corrí gran riesgo de ser despreciado á causa de ese maldito asunto! replicó Marenval con aire ofendido. Así, podéis creer que la cosa me hizo brotar canas... ¿Dónde las tienes? ¿Te las tiñes? ¡Para no exponerlas á enrojecer! Pero, eso , cumplí mi deber con la familia de Freneuse, pues me puse á la disposición de la madre del desgraciado y culpable Jacobo.

Hasta que cumplí los veinticinco años no supe que mi tío Alberto, un bravo militar que murió en Yucatán víctima del vómito, no era hermano de mi madre. Mis abuelos le recogieron no dónde; le dieron crianza, nombre y carrera, y todos le creían hermano de mis tías. Nadie me contó esa historia. Súpela casualmente.