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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Sale de la cárcel para cumplir su destierro fuera del reino de Castilla el 8 de febrero de 1588; acabamos de ver las penas severísimas en que incurría caso de volver a la Corte, y, sin embargo, en el Inventario general de las causas criminales que se hallan en el archivo de la sala de alcaldes de la casa y corte de S. M., encontró Pérez Pastor la noticia siguiente: "Lope de Vega, Ana de Atienza y Juan Chaves, alguacil, por el rapto de doña Isabel de Alderete."
No había cuidado: las cabezas estaban sólidas; como si allí no se bebiese mas que agua, nadie incurría en descuido ni hacía jugadas torpes. Y seguía la partida, sin que por ello los de la apuesta dejasen de hablar con los amigos, bromeando sobre el final de la lucha. Pimentó, al ver á Batiste, masculló un «¡Hola!» que pretendía ser un saludo, y volvió la vista á sus cartas.
Fisgando interrumpí ; pero a instancias del mozo, y sin presumir de qué se trataba. ¿Qué importa? Digo que si entonces me hubiera retirado, creería usted que yo era un cura sinvergüenza y falsario. Yo no podía dejarle ir sin ofrecerle alguna explicación. Yo era el que debía.... Usted, ¿por qué? Usted, a lo sumo, incurría en un exceso de curiosidad.
Conociendo perfectamente su valer moral, admiraba en ella las virtudes que él no tenía y que según su criterio, tampoco le hacían mucha falta. Por esta última razón no incurría en la humildad de confesarse indigno de tal joya, pues su amor propio iba siempre por delante de todo, y teníase por merecedor de cuantos bienes disfrutaba o pudiera disfrutar en este bajo mundo.
La cena había de ser espléndida, y como el fondín de la Tejuca era pobre y se prestaba mal al esplendor, y aun al regalo, se discurrió llevar de Río algunos platos fiambres, el champagne y otros buenos vinos, y a un hábil mozo de comedor que lo ordenase y dirigiese todo. Nadie más apropósito para esto que un esclavo negro de Arturo Machado, que fue el elegido. Según costumbre brasileña o por rara inclinación que allí había, los negros, cuando se bautizaban, sobre todo si se bautizaban adultos, y no eran criollos sino traídos de África, solían tomar nombres pomposos de héroes, emperadores y príncipes de la clásica antigüedad greco-latina. No ha de extrañarse, pues, que el maestresala que había de ir a la Tejuca se llamase Octaviano. Era alto y fornido, y, aunque tenía ya más de cincuenta años, parecía joven. Procedía este negro de un territorio del interior del África, cercano aunque independiente de las posesiones portuguesas. Y la gente afirmaba que en su país no era un cualquiera. Hasta que le cautivaron y le trajeron al Brasil, siendo él de edad de dieciséis años, se había criado con mucho mimo y cercado de profundo respeto, pues era hijo nada menos que del rey de los Bundas. Sobre esta particularidad el lector podrá creer lo que quiera. Yo refiero lo que se decía sin detenerme en averiguaciones. Sólo añadiré que el aire majestuoso y digno de Octaviano inducía a cuantos le miraban a no tener por fabulosa su regia estirpe. Resignado estoicamente a su ineluctable servidumbre, aprendió pronto cuanto le enseñaron, porque tenía mucho despejo. Y como era tan hábil y bien mandado, el látigo o chicote jamás hirió sus espaldas. Ni era conveniente para él tan rudo y degradante castigo. Si incurría en falta, la menor reprensión bastaba.
Era para golpear al caballo, pero lo levantaba con facilidad cuando alguno de los peones incurría en su cólera. Te pego porque puedo decía como excusa al serenarse. Un día, el golpeado hizo un paso atrás, buscando el cuchillo en el cinto. A mí no me pega usted, patrón. Yo no he nacido en estos pagos... Yo soy de Corrientes. El patrón quedó con el látigo en alto.
¿De verdad que no has nacido aquí?... Entonces tienes razón; no puedo pegarte. Toma cinco pesos. Cuando Desnoyers entró en la estancia, Madariaga empezaba á perder la cuenta de los que estaban bajo su potestad á uso latino antiguo y podían recibir sus golpes. Eran tantos, que incurría en frecuentes confusiones. El francés admiró el ojo experto de su patrón para los negocios.
En el fondo también a ella le causaba gran terror aquella escena imponente y procuraba alejarla de su pensamiento. María la reprendió duramente su negligencia, haciéndole ver la terrible responsabilidad en que incurría si su madre hubiese muerto. Marta comprendió que tenía razón y bajó la cabeza.
Entre usted un día en su habitación, busque bien, y verá como encuentra a montones los escritos contra el Señor y los santos... Además, me da el corazón que no son casados; esa pareja no vive como Dios manda. El crédulo hermano protestaba. Su discípulo incurría en el pecado de murmuración; pensaba mal de todos: eran resabios de su antigua vida. ¿Por qué no habían de ser casados?
Pero a éste le fui a tropezar camino de Peñascosa, y le hablé muy al caso, representándole el pecado en que incurría rematando bienes de la Iglesia, le prometí darle en arriendo el prado, y le puse cuarenta duros en la mano. ¿Qué había de hacer el hombre? Fue a Lancia, lo remató y me lo traspasó a mí acto continuo... ¡Vaya una risa que se armó en el pueblo, amigo!
Palabra del Dia
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