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La apuesta era la pasión más vehemente, el placer más vivo de los ricos encerrados en la montaña. Las pruebas de bueyes y los desafíos de barrenadores hacían que se cruzasen enormes cantidades. Era el culto á la fuerza, la adoración á la brutalidad, con todos los encantos del juego de azar.

-Lo mejor es que no corran -respondió otro-, porque el flaco no se muela con el peso, ni el gordo se descarne; y échese la mitad de la apuesta en vino, y llevemos estos señores a la taberna de lo caro, y sobre la capa cuando llueva.

Era la tal persona ni alta ni baja, airosa, aunque parecía pretender apariencias de desgarbo y desmayo, y más años de los que pesaban sobre sus huesos; era su traje negro de tercianela, con botones dorados en la ropilla, gorguera larga de puntas lacias, peluca rubia de guedejas desmadejadas, pañizuelo blanco y rosario con medallas pendientes de la pretina, medias calzas negras, zapatos con grandes lazos, y gorra asimismo de tercianela; un rodrigón, en fin, en el traje, pero sólo en la apariencia, que quería ser de viejo, sin conseguirlo; que el vigor de la juventud se patentiza a mismo, por mucho que quiera encubrírsele, y no eran aquellas redondas, carnosas, finas y bien contornadas piernas de sexagenario, ni aquellos pies diminutos, a despecho de los gruesos zapatones; ni casaban bien con aquella frente despejada, serena y tersa, las descomunales narices bermejas y ásperas que bajo ella nacían: a disfraz trascendía todo el pergeño del rodrigón, y por mujer bella y joven, que para algo que la importaba habíase disfrazado, túvola Cervantes; y como ella creciese en la atención con que le miraba, pasando sus ojos de él a Margarita y de Margarita a él, en más cuidado se puso, y acabó por convencerse de que el fingido rodrigón no era otra cosa que una muy apuesta y gentil moza, que en vano con todos aquellos trebejos y nariz postiza había cargado, y antojósele que tal vez aquello tenía que ver algo, y aun mucho, con su adorada doña Guiomar; y no se engañaba, porque el rodrigón fingido no era sino Florela, que con las ropas del rodrigón García había procurado encubrirse, añadiendo unas narices de pasta que en otro tiempo había usado ella para una mogiganga, y que había guardado.

Había que correrles, echándoles el dinero á las narices; así aprenderían á no ir otra vez con retos á los bilbaínos de las minas. La partida, el domingo al amanecer, fué casi una espedición triunfal. El Chiquito había salido el día antes con varios de sus admiradores para estar bien descansado en el momento de la apuesta.

Cuando llegaba a ellos don Quijote, un labrador alzó la voz diciendo: -Alguno destos dos señores que aquí vienen, que no conocen las partes, dirá lo que se ha de hacer en nuestra apuesta. - diré, por cierto -respondió don Quijote-, con toda rectitud, si es que alcanzo a entenderla.

Se valían para sus porfías lo mismo de la voracidad de los perros de caza, que del vigor de los hombres. Algunas semanas antes habíanse cruzado muchos miles de duros en una apuesta que aún hacía reír al doctor.

Clara contestaba también muy á prisa para no quedarse atrás: así es que, por último, apresurándose una y otra, resultaba que aquello parecía una apuesta de velocidad en la pronunciación. Llegaron al fin sin aliento y muy cansadas. Paulita tuvo necesidad de respirar el aire libre, abrió el balcón y miró á la calle; hecho inusitado, cuya gravedad no comprendió Clara tampoco.

Y la imagen apuesta de Fernando flotó un segundo, al claror de la luna, delante de los viajeros, sonreidora y liviana, como una tentación.

Estos protestaron afectando gran formalidad, pero la primera dijo al oído del segundo: Si será pánfila esta Mariana, que hace ya tres meses que el general Cruzalcobas le está haciendo el amor y aún no se ha enterado. Así llamaba Pepa al general Patiño, y no sin fundamento. A pesar de su apuesta figura un tanto averiada, y de su continente marcial, Patiño era un veterano falsificado.

Duró la sesion hasta las quatro de la madrugada; y al oir sus aventuras ó desventuras se acordaba Candido de lo que le habia dicho la vieja quando iban á Buenos-Ayres, y de la apuesta que habia hecho de que no habia uno en el navío á quien no hubiesen acontecido gravísimas desdichas.