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No son estos tiempos como los míos, en que no la corría ningún chico del comercio, y nos tenían a todos metidos en un puño hasta que nos casaban. ¡Qué costumbres aquellas tan diferentes de las de ahora!

Digan lo que quieran, siempre ha sido así. Las muchachas con buen dote siempre han sido buscadas; las otras se casaban como podían. Hoy, el matrimonio no es fácil cuando no se tiene nada; pero no estás en ese caso. Tu pequeña fortuna y lo poco que yo te dejaré, te permiten hacer una elección honrosa. No veo nada que se oponga a tu matrimonio. ¿Nada? ¿Y el marido, abuela, qué haces de él?

Los conventos cerraban las puertas a toda novicia procedente de «la calle». Las hijas de los chuetas se casaban en la Península con hombres notables o de gran fortuna, pero en la isla apenas encontraban quien aceptase su mano y sus riquezas.

Doña Mercedes le había hablado desde la infancia de matrimonios de leyenda; de príncipes que en otros tiempos se casaban con pastoras y ahora buscaban á las millonarias. Miguel Fedor se sintió algo intimidado al encontrar en su palacio á esta muchacha que le miraba descaradamente, con ojos de dominación, como si todo lo existente debiera doblarse ante su paso.

Entonces se hacían traer lista de todos los muchachos y muchachas, viudos y viudas del pueblo, capaces de casarse, y aun los hacían concurrir a unos y a otros a la puerta de la iglesia, y allí examinaban si algunos o algunas tenían tratado el casarse, o los padres de los muchachos les tenían tratado matrimonio; y a los que ya lo tenían tratado, que eran pocos o ningunos, procuraban se efectuase, si no hallaban causa para impedirlo; y a los demás allí mismo les hacían elegir mujer, o ellos se la señalaban, y, guardando las ceremonias de proclamas, los casaban tal vez todos en un día, por lo menos a muchos juntos.

El gozo que sintió Colón al descubrir la tierra del Nuevo Mundo no fue nada en comparación con el de nuestro marica. No sólo sabía sin género de duda que se casaban, sino dónde había de efectuarse la ceremonia. Embarazado por noticia tan capital y queriendo aliviarse enseguida de aquel peso, se puso a imaginar sobre quién haría más efecto. Su pensamiento fue derecho a Amalia.

En aquella tierra donde se casaban las fortunas y era para muchos la única carrera un buen matrimonio, ¿qué pensarían de un ingeniero pobre que ponía los ojos nada menos que en la hija de Sánchez Morueta?...

Después se le buscaba un novio. Empresa difícil, pero no imposible. En un noble no había que pensar. Estos eran muy finos, muy galantes con las de su clase, pero si no tenían dote se casaban con las hijas de los americanos y de los pasiegos ricos. Lo sabían ellas por una dolorosa experiencia.

Los casaban por vocación irresistible de su espíritu, por una necesidad de su organismo, como teje la araña la tela y cantan los pájaros en el bosque. Una vez enlazados por el vínculo matrimonial, los tertulios, lo mismo hombres que mujeres, perdían todo su atractivo para las señoritas de Meré.

Algunos, a la hora en que sus madres, vistiendo zagalejos de roja bayeta, daban de comer a las gallinas en sus corrales de Extremadura y Andalucía, se casaban, lo mismo que los caballeros andantes, con grandes princesas de tez pálida y ojos oblicuos, criaturas de enigma y ensueño que llevaban sobre la frente la borla multicolor de la autoridad y en el pecho áureas placas con sagrados jeroglíficos.