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No se llamaba Velázquez; se llamaba González apuntó tímidamente Nuncita. Y después de decirlo volvió a ruborizarse. ¡Eso es, González! exclamó su hermana haciendo memoria. Bueno, es igual, sería un contemporáneo suyo, de la buena raza de pintores del siglo XVII manifestó Paco sin turbarse por las carcajadas de los tertulios, que se espantaban de la inocencia de aquellas pobres mujeres.

Ó te traigo las yemas esta noche, ó me tiro por la muralla. Y al día siguiente, cuando nadie pensaba en ello, se daba el guapo una palmada en la frente. ¡Caramba, qué cabeza la mía!... ¡Ya se me han olvidado otra vez las yemas de Soledad!... ¡Vive Dios! Pero ahora no se me olvidan; pueden ustedes estar seguros. Y sacaba el pañuelo y le hacía un nudo. Los tertulios reían.

Por supuesto que a este señor no hay quien le sufra desde que las damas le visitan. ¿No advierten ustedes qué impertinente se ha puesto? Temiendo estoy que el primer día que vaya a la Granja me obligue a hacer antesala. Los tertulios reían. , , se le notaba más serio.

La conclusión y la sonrisa eran lo único que no se iba modificando lentamente en la interesante anécdota. O porque ya la hubieran oído muchas veces o por no tener el espíritu bien dispuesto para esta clase de confidencias administrativas, es lo cierto que muy pocos eran los tertulios que atendían. Hablaban los unos con los otros en parejas o en grupos de tres y de cuatro.

Fue la señal para que todos los tertulios felicitasen calurosamente al joven escuálido, el cual, ruboroso, confuso, sonriente, daba las gracias haciendo mil contorsiones, manifestando repetidas veces que no por su mérito, sino porque el asunto se prestaba admirablemente, «la poesía había resultado regular

Cuando hubo cambiado algunas palabras corteses con casi todos los tertulios, haciendo a cada cual la reverencia que dada su posición le correspondía, la marquesa de Alcudia le tomó por su cuenta, y llevándole a uno de los ángulos del salón y sentados en dos butaquitas, comenzó a hablarle en voz baja como si se estuviese confesando.

Allí se improvisaban los noviazgos, y del salón amarillo habían salido muchos matrimonios in extremis, como decía Paquito creyendo que in extremis significaba una cosa muy divertida. Pero lo que salía más veces, era asunto para la crónica escandalosa. Se respetaba la casa del Marqués, pero se despellejaba a los tertulios.

Exceden de seiscientas las firmas de poetas españoles contemporáneos que poseo. No hace muchos días que un amigo me decía que, si se tratase de ponerla en venta, el gobierno inglés me daría por ella una suma fabulosa. Los tertulios dejaron escapar un grito reprimido de admiración.

Abrid... es el señor dijo con voz recia Manolete, el fiel criado que había acompañado al capitán á Málaga. Gran movimiento en la sala. Todos se levantan. Regalado toma el velón de la mesa y se precipita á la escalera y detrás de él algunos tertulios y también el perro Talín que aúlla de un modo lamentable.

¿Á que no sabes, Plutón dijo poniéndole familiarmente una mano sobre el hombro, por qué bebes tanto aguardiente? El minero, que se había sentado y acababa de vaciar una copa, miró á su compañero Joyana y ambos soltaron una grosera carcajada. Pues por hacerte un favor. Los tertulios rieron también.