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Á despecho de la agilidad y soltura con que marchaba, llevaba el corazón oprimido, muy oprimido. Se representaba, aunque vagamente, cosas horrendas. Aquel bandido era muy capaz de abusar de ella y asesinarla. Llegó á Canzana agitado, convulso. Sin pasar por casa del tío Goro á noticiar lo que sabía se dirigió á la del vecino que albergaba á Plutón. Estaba cerrada y todos durmiendo.

Los demás paisanos en tanto quisieron sujetar á Plutón y llevarlo á la presencia del juez en la Pola; pero navaja en mano y ayudado de su compañero Joyana logró tenerlos á raya y evadirse. Sin embargo, no faltó quien diese parte á la autoridad y á la media noche se presentó la guardia civil en Canzana y prendió al criminal en su alojamiento. No estuvo más de dos meses en la cárcel.

Ambos eran bajos de estatura y no muy corpulentos. Sin embargo, Plutón, aunque de piernas flacas, tenía el torso robusto, los brazos largos, la mirada dura, insolente, denotando su estructura de mono bastante agilidad y fuerza. Nolo de la Braña pagó la mirada agresiva y sarcástica de los mineros con otra de curiosidad no exenta de desprecio.

En efecto, como esperaba, vió salir al cabo á Plutón con la frente vendada y la lámpara colgada del brazo en disposición de marchar á la mina. Se adelantó á él sin ser visto y en cuatro saltos bajó por los prados á un sendero por donde forzosamente tenía que pasar el minero. Se ocultó detrás de un árbol y esperó. Pocos momentos después pasaba Plutón.

Estaban sentados alrededor de una mesa, alumbrada por una lámpara de metal, el doctor Lorquin, a cuyo lado olfateaba su enorme perro Plutón; Jerónimo, en el ángulo de una ventana, a la derecha; Hullin, intensamente pálido, a la izquierda; Marcos Divès, con el codo apoyado en la mesa y la mano en la mejilla, se hallaba de espaldas a la puerta, destacándose sólo su obscura silueta y una de las puntas de su bigote.

¿Por qué no sangras á ese cerdo? dijo Joyana al oído á su amigo. Plutón guardó silencio. Se escanció dos copas de aguardiente y se las vertió en el estómago una tras otra. Luego se alzó del asiento y se acercó con indiferencia al grupo en que se hallaba Martinán. ¡Jesús! exclamó éste poniéndose pálido. ¡Me han herido! Se llevó ambas manos á la cintura, vaciló un instante y cayó desplomado.

Seguro estoy que en esta parroquia no hay uno que no me envidie á Clavel... Iba á proseguir en su monólogo venturoso, pero en aquel instante entraron en la taberna Joyana y Plutón y sin dar siquiera las buenas noches pidieron dos cuartillos de aguardiente. Martinán se apresuró á servir por mismo á los mejores parroquianos que tenía.

Y colgándose de nuevo la chaqueta del hombro tomó el reloj que le dió el mismo capitán, volviendo en seguida la cabeza para ocultar las lágrimas que saltaban á sus ojos. ¡Bendita sea tu sandunga! ¿No te parece, Plutón, que ha hecho bien la morenita en negarse á dar el reloj á ese palurdo? dijo uno de los mineros de la boina colorada á otro de sus compañeros.

¿Por qué no sigues cantando? Porque no tengo ganas. ¿Soy yo quien te las quito? Quizá. Hubo una pausa. Plutón dijo avanzando un paso hacia ella: Pues más que las rosquillas de Santa Clara bañadas de azúcar, más que el vino de Rueda y el aguardiente de sobre-mar me gusta oirte á ti... ¡Canta, Demetria! Te digo que no tengo gana... ¡No te acerques! Y retrocedió algunos pasos asustada.

¿Á que no sabes, Plutón dijo poniéndole familiarmente una mano sobre el hombro, por qué bebes tanto aguardiente? El minero, que se había sentado y acababa de vaciar una copa, miró á su compañero Joyana y ambos soltaron una grosera carcajada. Pues por hacerte un favor. Los tertulios rieron también.