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Actualizado: 7 de junio de 2025


¿Y bien? preguntó con ansiedad. ¿Le ha visto usted? Acabo de dejarle. ¿Todo está arreglado? ¡No sin trabajo! ¿Que me cuenta usted? La triste verdad. He necesitado casi amenazarle para decidirle á escapar. Marenval hizo un gesto de asombro. ¿Habremos llegado tarde? ¿No tendrá ya la fuerza y la energía necesarias para evadirse? Tiene fuerza. Lo que le faltaba era la voluntad. ¿Prefería quedarse?

Yo me defiendo y combato, y rompo vigorosamente los nudos gigantescos de sus turbillones; lo desgarro y lo muerdo, y tasco entre mis dientes las arenas de sus miembros. El huracán quiere evadirse y deslizarse, en forma de columna, del ahogo de mis brazos; no puede lograrlo, y se estrella y rompe.

¿Ties mieo a los siviles? preguntó Potaje . No vendrán; y si vienen, yo estoy contigo. Plumitas hizo un gesto despectivo. ¡Los civiles! Eran hombres como los demás; los había valientes, pero todos ellos padres de familia, que procuraban no verle y llegaban tarde al saber que estaba en un sitio. Unicamente iban contra él cuando la casualidad los ponía frente a frente, sin medio de evadirse.

A Isidora no le hacía maldita gracia la compañía; pero las circunstancias, ¡ay!, con su abrumadora lógica, la obligaron a aceptarla. Hallábase en las unas de su insidioso prestamista, y no podía evadirse. Fue víctima de una emboscada, formada en las traidoras sombras de la miseria; cayó en una trampa de infame dinero, armada con el cebo de la vanidad.

Mientras Rita se atrincheraba tras los restos de una silla de manos y una desvencijada cómoda, huyeron dos chicas, las menos valientes; y habiendo tenido Manolita la buena ocurrencia de cegar momentáneamente a su primo arrojándole a la cabeza un chal, pudo evadirse también Rita, jefe nato del motín.

En vista de que no había posibilidad de evadirse, me dediqué a estudiar matemáticas. La recomendación del médico de El Argonauta seguía siendo eficaz para , y, gracias a ella, el comandante me prestó varios libros de geometría, de álgebra y de física. A éstos añadió una Biblia. Allen, que era un católico fanático, me recomendó varias veces que no la leyera.

Pues yo continuaría desarrollando la acción del modo siguiente prosiguió ella. Veamos: el joven tomó el pajarillo con sus delicados dedos y dándole algunas miguitas de pan, le alimentó varios días, consiguiendo domesticarle á fuerza de paciencia. Verá usted qué raro: le tenía suelto en el cuarto sin que intentara evadirse. Un día le ató un hilito en la pata y le echó á volar; el pájaro fué á posarse al balcón en donde estaba la dama, que le acarició mucho y le obsequió con migajitas de bizcocho mojadas en leche. Volvió después á la buhardilla; el joven le puso un billete atado al cuello, y el ave se lo llevó á la dama. Así se estableció una rápida, apasionada y volátil correspondencia, que duró tres meses. Aquí copiaría yo la correspondencia, que ocuparía medio libro, de lo más delicado y elegante.

Donna Olimpia tuvo indicios de que se conspiraba contra ella y contra el rey. Para aquel generoso príncipe temió un mal percance y para ella fin no menos trágico que el de la famosa Raquel, judía de Toledo, o que el de doña Inés de Castro, tan celebrada más tarde por los poetas épicos y dramáticos portugueses. Donna Olimpia sabía eclipsarse y evadirse a tiempo.

Fué reducido á prisión, aunque pudo evadirse, encaminándose á Valencia con su amigo Claudio Conde. Aguardábanlo en esta ciudad nuevos peligros: Conde, ignorando nosotros la causa, fué encerrado en la cárcel de Serranos, recobrando su libertad después con la ayuda de su amigo.

Fernando convidó al médico a comer, y las señoras asintieron a la invitación con tan buena voluntad, que Salvador no pudo evadirse de aceptarla, aunque estuviese muy disgustado allí. No era experto en artes de coquetería femenil, y los manejos astutos de Narcisa le ponían nervioso.

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