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Actualizado: 8 de septiembre de 2024
Los personajes más conspicuos de la corte pasaban por allí pagando su tributo; y hasta don Casimiro Pantojas había hecho una noche sus hilitas, sin más que un ligero percance, hijo de su cortedad de vista: equivocó el trapo con el rico pañuelo de batista de la dama vecina, olvidado encima de la mesa, y púsose muy afanado a sacar hilas de este, haciendo dos pelotones finísimos.
El único peligro, según el médico, hubiera sido la hemorragia; pero ésta se cortó, afortunadamente, por el baño imprevisto de agua fría que me di. Sin embargo, me levantó bastante fiebre y me obligó a permanecer en cama nueve días. Al siguiente de mi percance mandé un recado por Villa a Gloria, participándole lo que me había sucedido.
Lucía, que la noche anterior le había esperado en vano, se condolió extremadamente de su percance, aunque no pudo menos de reír al oírselo contar. Desde entonces se vieron todos los días a la hora que a Miguel le placía visitar el hotel de D. Pablo Bembo.
Durante la lectura de La mancha roja me bebí dos vasos de agua con azucarillo. Pero sucedió un percance, que no puedo pasar en silencio por las fatales consecuencias que pudo tener. En vez de los treinta y siete minutos que tenía calculados, la lectura de la leyenda no duró más que veintidós.
La conversación versó al principio sobre los toros. El conde dio acerca de ellos pormenores que se les habían escapado a los otros. No hizo alusión a mi percance, y se lo agradecí. En cambio, los vinos jerez, manzanilla y montilla eran de lo más fino y exquisito que pudiera beberse en ninguna parte. Las mujeres, abandonadas a sí mismas, charlaban en grupo aparte.
El juez, que había recobrado su autoridad y que no había cesado de desplegar su talento en la conversación, vuelto hacia nosotros y de espaldas al fuego, nos dirigió la palabra, como a un jurado imaginario, del modo siguiente: Ciertamente que nuestro distinguido amigo aquí presente, se encuentra en aquella disposición descripta por Shakespeare, como la de la marchita y amarilla hoja, o bien ha sufrido algún percance que abatió de un modo prematuro sus facultades físicas e intelectuales.
Lo cierto es que me ha proporcionado para mañana, a las diez de la noche, una cita con mi novia. La chacha me abrirá la puerta y me entrará en la casa. Ignoro a dónde se llevará a doña Juana para que no nos sorprenda. La chacha dice que yo debo descuidar, que todo lo tiene perfectamente arreglado y que no habrá el menor percance. En su habilidad y discreción pongo mi confianza.
A pesar de este percance, pudieron llegar a Pierreclos y a Milly, abandonados ya estos pueblos por el enemigo. Ayer tuvieron otra batalla junto a Villafranca, en la que los franceses fueron rechazados; se dice que las pérdidas han sido grandes por ambas partes.
Amigo Amaury repuso Felipe estrechándole francamente la mano, no he pretendido matarte, ni siquiera agujerear el sombrero de tu amigo, percance que yo lamento en el alma. Muy bien, muy bien exclamó satisfecho el conde; así se hace. Desde hoy, a seguir siendo siempre buenos amigos. Se acabaron las rencillas. Los aludidos se estrecharon efusivamente las manos.
Donna Olimpia tuvo indicios de que se conspiraba contra ella y contra el rey. Para aquel generoso príncipe temió un mal percance y para ella fin no menos trágico que el de la famosa Raquel, judía de Toledo, o que el de doña Inés de Castro, tan celebrada más tarde por los poetas épicos y dramáticos portugueses. Donna Olimpia sabía eclipsarse y evadirse a tiempo.
Palabra del Dia
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