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Todos los hombres me parecían malos cómicos, que charlaban un papel aprendido de memoria. En cuanto a las mujeres... ¡las mujeres! las miraba con odio. «He allí, me decía, esa eterna mentira engalanada, que en todas partes ríe, que a todas partes lleva su hediondo misterio.

El chico se divertía con otros junto a la fuente de la Alcachofa, mientras ellas charlaban con las demás niñeras sentadas en un banco. Los chicos se escapaban de vez en cuando corriendo hasta cierta distancia, como siempre; pero a una voz que les daban volvían a la plazoleta. Pues cuando se acercaba el oscurecer, al llamarlos para irse a casa, se encontraron con que no parecía el pequeño.

Observé que mi novia procuraba, por cuantos medios podía, demostrar a Daniel el mayor desprecio, como si tuviese contra él algún grave motivo de odio. Yo era tan feliz, que compadecía sinceramente a mi enemigo y hallaba la conducta de ella demasiado cruel. Nos sentamos, al fin, sobre el césped, no lejos de Isabel y Villa, que charlaban animadamente. Hubo un rato de silencio.

Fuí reconociendo las casas y sitios de aquel barrio perdidos en mi memoria. Tenduchas solitarias, alumbradas por un farolillo; casucas de madera deshabitadas y miserables; expendios de bebidas y comestibles, donde grupos de obreros y campesinos charlaban y fumaban frente a un vaso de toronjil o de naranja amarga.

Mientras permanecía callada, charlaban unos con otros, pero siempre en voz baja, como si se hallasen en un templo o en la misma cámara real. Sus hijas Recareda y Valeria, jamonas de alto bordo, se mostraban ante ella tan respetuosas, tan obedientes y sumisas como niñas de diez años; y lo mismo su hijo viudo, lleno de canas.

No he podido hablar nunca el castellano rápidamente, y entonces, menos. Además, como buen vasco, he sido siempre un poco irrespetuoso con esa respetable y honesta señora que se llama la Gramática. Las dos chiquillas charlaban haciendo monerías y gestos expresivos. Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.

Las mujeres, llevando grandes ramos de flores, corrían hacia sus camarotes o charlaban con las amigas que se habían quedado en el buque, lo mismo que si regresasen de una larga expedición. ¡Venían de España!, ¡ya conocían España! Un país más que añadir a sus relatos de viajes.

Al parecer, hablaban de pintura. Cecilia y Gonzalo, que charlaban aparte, la oyeron decir: ¡Oh, Rubens! ¡Qué modo de pintar la carne! Rubens es el Cervantes de la pintura. Gonzalo volvió la cabeza como si le hubieran pinchado. Y una viva sorpresa se pintó en su rostro. Chica, ¿dónde ha aprendido mi mujer estas cosas? dijo en seguida a su cuñada. Esta se encogió de hombros.

En los tendidos de sombra, los jóvenes lechuguinos charlaban en voz alta, levantando la cabeza para mirar a las damas de los palcos. En los de sol, los honrados menestrales se acomodaban en sus asientos, resueltos a dejarse tostar toda la tarde, y hablaban entre de tauromaquia, muy pagados de ser los verdaderos inteligentes en la plaza.

Y hasta cuatro, señor Cornelio, y obtendrá a cambio de ellas buenas botellas de licor o armas. En tanto que los dos europeos charlaban, el hijo del koranos Uri-Utanate había empaquetado las plumas en una hoja y había puesto a asar las dos aves.