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La voz de Toledo al decir esto era tan desolada como fué la del príncipe al enumerar á sus amigos las ventajas de vivir alejados de la mujer. En cambio, Miguel aceptaba ahora la dominación femenil, y casi envidió á este sabio porque volvía á su antigua modestia para encontrar con más frecuencia á Valeria. El era menos dichoso.

Había llegado hasta allí preocupado por la obscuridad del mensaje. ¿Qué San Carlos era éste? ¿Un hotel?... ¿un paseo?... Como habitante de Mónaco, sólo conocía el Casino en Monte-Carlo. Lo único indudable para él era que el mensaje de Valeria procedía de la duquesa.

Fué su primera negativa en toda la noche. El jardinero la esperaba seguramente. Valeria tal vez no estaría dormida. ¡Ah, no!... Lubimoff, en su desesperación, habló de marchar juntos á Villa-Sirena.

Convenido, ella decidirá. Y abriéndose mutuamente los brazos, lloraron juntos, como dos niños. Valeria les escuchó henchida el alma de alegría. Aquel fue el único momento egoísta de su vida. Todas sus penas hallaron resarcimiento, todos sus dolores tuvieron premio.

A Pérez le gustó Valeria desde que la conoció; pero no se atrevió a requebrarla ni poner seriamente en ella la esperanza, considerando que ambos eran pobres. La muchacha no tenía nada: él, sólo su haber de capitán. ¿Qué ventura podía ofrecerla? Ni siquiera comunicó a Gutiérrez la simpatía que le inspiraba Valeria.

Más claro: la prudencia aconsejó a las monjas no continuar manteniendo y enseñando a una señorita que era juntamente carga pesada y causa probable de responsabilidad; porque una de dos: o sus padres habían muerto y la niña iba a quedarse allí gratis para siempre como flor olvidada, y flor que costaba más que una victoria regia cultivada en Europa, o dichos padres, por no poder confesar que lo eran, se desentendían de ella, y en tal caso, ¿quién iría a recogerla... y pagar? ¿Se presentaría tal vez preguntando por Valeria una señora falsificada, una aventurera despreciable, una... o lo que fuera peor, un juez?

Le zumbaron los oídos; el deseo le galvanizó con dura tensión, lo mismo que en sus mejores tiempos. Y con un ademán de vencedor empujó la puerta, que sólo estaba entornada. Una mujer salió á recibirle en el vestíbulo, una mujer cuya presencia le hizo dar un paso atrás. ¡Valeria!... ¿Qué hacía allí? ¿Qué farsa era esta?... La joven intentó hablarle, y él también quiso hablar al mismo tiempo.

Haciendo vida campestre y retirada en aquel lugar, había un acaudalado caballero a quien por lo caritativo llamaban sus convecinos el Santo, y en éste se fijó principalmente Valeria para realizar su propósito.

Valeria no sabía hablar de otra cosa en las últimas semanas, describiéndolos como si fuesen los jardines más interesantes de la tierra. Los había visto bien acompañada, y esto influye mucho en la visión. Era sin duda Novoa el que le había descubierto este paraíso. ¡Si los encontrásemos! dijo riendo Alicia.

Pero no pudieron. Otra mujer apareció abriendo rudamente una puerta... Era Alicia, con las ropas en desorden y el pelo alborotado. Viendo al príncipe, levantó las manos y avanzó, muda é impetuosa, como si pretendiese abrazarlo. ¡Al fin!... Nada le importaba la presencia de Valeria; no la vería.