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¿Qué dicen hoy de la guerra?... Y mientras el viejo marino le daba noticias, él leyó febrilmente las líneas agrupadas á continuación de dicha nombre. Quedó desorientado. Eran poca cosa para él, que ignoraba los hechos anteriores aludidos por el periódico.

Entonces se enderezaron a una los aludidos, que me parecieron dos gigantes, particularmente el seglar, que metía la cabeza hasta los hombros dentro de la campana de la chimenea; pero ni el Cura se quitó el gorro, ni el otro el chambergazo con que tapaba una parte mínima de la blanquísima greña que se le desbordaba por todo el perímetro de la cabezota.

Siguiéronle, en efecto, los aludidos, después de amarrar afuera, como mejor pudieron, las cabalgaduras; y precedidos de Cuarterola, instaláronse ante una mesa larga, estrecha y sucia, que se sostenía mal en el interior de la taberna, cerca del mostrador, sobre el cual no había más que una vasera de hoja de lata con cuatro jarros de arcilla; una aceitera, capaz de media arroba; un pedazo de yeso para apuntar; dos vasos para aguardiente, y un botellón de cristal conteniendo vino tinto.

Amigo Amaury repuso Felipe estrechándole francamente la mano, no he pretendido matarte, ni siquiera agujerear el sombrero de tu amigo, percance que yo lamento en el alma. Muy bien, muy bien exclamó satisfecho el conde; así se hace. Desde hoy, a seguir siendo siempre buenos amigos. Se acabaron las rencillas. Los aludidos se estrecharon efusivamente las manos.

Estáis cogidos, odiosos impíos parecen decir las caras de los devotos asiduos ante la invasión de los nuevos filisteos. El coro nos pertenece como a vosotros, estúpidos santurrones parece que responden los impíos aludidos. Y unos y otros, al salir de la Catedral, exclaman con satisfacción: La verdad es que Aiglemont puede estar orgulloso de su coro. Se dice Aiglemont y no la Catedral.

Hállanse dibujadas y descritas estas armas en los tratados de arte é indumentaria militar aludidos; hay además ejemplares en la Armería Real, y para las espingardas se cuenta con otro dato de gran interés; la sillería del coro de la Catedral de Toledo, obra ejecutada en el reinado de doña Isabel. Allí se ven esculpidos espingarderos en función.

Tiran pelotas de piedra de dos libras de peso; están montadas en cureñas marinas, cuyos modelos corpóreos, así como los de las lombardas y falconetes hizo el Sr. Monleón siguiendo los datos aludidos.

A este reproche justísimo los aludidos podrían redargüir que los libros de «vulgarización científica» de los naturalistas y de los médicos adolecen del defecto contrario: todos ellos descubren un desconocimiento «práctico» de los hombres y de las cosas, la ignorancia que tienen de la vida esas buenas almas, apacibles y sabias, que maduraron en la austeridad candorosa de los laboratorios y de las bibliotecas; son obras frías, en las que falta ese complejo perfume de vicios, de virtudes, de alegrías ingenuas y también de recóndito dolor, que constituye lo que apropiadamente podríamos llamar «olor á humanidad».

«¡Bendito Dios!... Si parecen caníbales... No nos toquéis... La culpa no tenéis vosotros, sino vuestras madres, que tal os consienten... Y si no me engaño, estos dos gandulones son tus hermanos, niña». Los dos aludidos, mostrando al sonreír sus dientes blancos como la leche y sus labios más rojos que cerezas entre el negro que los rodeaba, contestaron que con sus cabezas de salvaje.