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Sólo cuando oyó aquello de anhelar salir volando por el balcón, pensó, sin querer, en las brujas que van los sábados a Sevilla por los aires, montadas en escobas; y tuvo cierto miedo supersticioso de esta inclinación, que ofrecía relativa y sospechosa novedad. Se puso colorado, avergonzándose de su mal pensar. Ni en idea se atrevía a ofender a Emma, por temor de que le adivinase el pensamiento.

En los días de gran mercado, las mujeres del campo, que venían á la capital montadas á estilo de hombre en sus caballejos de largo pelaje, admiraban al célebre policía. Le llamaban don Morales, poniendo el don ante el apellido, como es de uso en el país. Todas ellas palidecían al ver al héroe, pretendiendo atraerlo con las más dulces miradas de sus ojos oblicuos.

La muchedumbre, pues, se agitaba y bullía fuera del templo, extendiéndose a un lado y a otro hasta la misma orilla del Tajo como enorme mosaico de cabezas humanas. La mayor parte de la gente estaba a pie, si bien a trechos descollaban no pocas personas montadas en caballos y en mulas o levantadas en sillas de manos por esclavos o sirvientes.

Antes de exponer á las dos mozas á la pública vergüenza, fueron paseadas por la ciudad montadas en dos pollinos, desnudas las espaldas y los pechos y seguidas del verdugo, que propinó á cada una cien azotes, con arreglo á la sentencia que se les había impuesto.

Qué clase de embarcaciones menores llevaba; cuáles eran sus dimensiones y si iban colgadas en pescantes ó montadas sobre calzos en la cubierta. Si llevaba mesas de guarnición para las jarcias firmes, brazales y curvas-bandas en el tajamar y pescantes para las amuras de la mayor trinqueta.

Los tres hombres, contemplando el Océano desde la borda de aquel trasatlántico provisto de las mismas comodidades de un gran hotel, recordaban las pobres embarcaciones montadas por los héroes del descubrimiento. Las carabelas, buques ligeros de rápido andar y escaso calado, que no tenían espacio para la carga ni el pasaje, sólo habían servido en las primeras navegaciones de exploración.

Los dos tiros sonaron casi simultáneamente sin hacer blanco. Tristán no pudo reprimir un imperceptible gesto de sorpresa. Ya contaba con que las pistolas no estarían montadas al pelo, pero no sospechó que estuvieran tan duras, y dio gatillazo como dicen los tiradores. Se cargaron nuevamente, tomó cada uno la suya y el mismo testigo gritó: ¡Avanzar!

Al llegarle el turno se colocó junto a Margalida, templó su instrumento y comenzó a entonar canciones de tierra firme aprendidas en el retiro de Niza. Pero antes había sacado de la faja una pistola de dos cañones, dejándola con las llaves montadas sobre uno de sus muslos, pronto a cogerla y descerrajar un tiro al primero que le interrumpiese. Silencio absoluto y miradas impasibles.

Nazaria tenía la hermosura que por extraña amalgama de los tipos humanos, hace simpático al descaro. Lucía enormes amatistas montadas en pendientes de filigrana como relicarios, de modo que parecía llevar en cada oreja el pectoral de un obispo. Sus manos eran bonitas y gordezuelas, y los anillos que de antiguo llevaba no se le podían sacar, porque su carne había crecido y el oro no.

Tiran pelotas de piedra de dos libras de peso; están montadas en cureñas marinas, cuyos modelos corpóreos, así como los de las lombardas y falconetes hizo el Sr. Monleón siguiendo los datos aludidos.