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Actualizado: 1 de julio de 2025
Poco después salía éste de Burdeos acompañado de Gualtero de Pleyel y dos horas más tarde se ponían en su seguimiento Roger, Simón y Tristán de Horla, para quienes el primero tuvo que procurarse dos caballejos de las Landas, de tan pobre apariencia como excelentes cualidades.
En los días de gran mercado, las mujeres del campo, que venían á la capital montadas á estilo de hombre en sus caballejos de largo pelaje, admiraban al célebre policía. Le llamaban don Morales, poniendo el don ante el apellido, como es de uso en el país. Todas ellas palidecían al ver al héroe, pretendiendo atraerlo con las más dulces miradas de sus ojos oblicuos.
Y acometí la empresa en la fecha convenida, un día de los últimos de octubre, frío y nebuloso en las alturas de la romana «Juliobriga». En la clásica villa inmediata, termino de mi jornada primera, y única posible en ferrocarril, hice un alto de media hora escasa: lo puramente indispensable para desentumecer los miembros y confortar el estómago; porque no había tiempo que perder, según dictamen del espolique que me aguardaba en aquel punto desde la víspera con dos caballejos de la tierra, espelurciados y chaparretes, uno para conducirme a mí y otro para cargar con mis equipajes.
Mostréme, como pude y supe, agradecido a la fineza; llegamos al despacho; diome él los libros, con la honrosa «auténtica» de su dedicatoria autógrafa; previno el mozo las cabalgaduras en el corral; bajamos a él los que estábamos arriba; hubo abajo las despedidas, las congratulaciones, las protestas y los apretones de manos que fácilmente se imaginan; montarnos, al fin, Neluco y yo; volvimos a despedirnos desde las alturas de nuestros respectivos jamelgos; respondiónos el caballero con reverencias y con palabras que ya no oíamos bien; descubrímonos, por último, mientras revolvíamos los caballejos hacia la portalada, que estaba abierta de par en par; picamos recio; salimos, y a buen andar, me puse al costado de Neluco, que, como es de presumir, dirigía la caminata.
Abajo, en la orilla del agua, las ruinas de un lazareto, invadido completamente por las hierbas; luego barrancos, malezas, rocas enormes, algunas cabras montaraces, caballejos corsos triscando con las crines al viento; finalmente, allá arriba, en la altura, entre un torbellino de aves marinas, la casa del faro, con su plataforma de mampostería blanca, donde paseaban los torreros de un lado a otro, la verde puerta ojival, la torrecilla de hierro fundido, y encima la gran linterna, cuyas facetas brillan al sol y despiden luz aun en medio del día... He aquí la isla de las Sanguinarias, tal como la volví a ver en mi imaginación esa noche, al oír roncar mis pinos.
Y en cambio, y ofreciendo el más doloroso contraste, los misérrimos caballejos criollos del Regimiento Núm. 3, á duras penas han podido llenar medianamente su cometido.
Recuerdo que el sonido de las herraduras de los caballejos y el de los tarugos de Chisco sobre las lastras de la subida, juntamente con el murmullo de las cristalinas aguas de la vadera, no me impresionaba en el espíritu, sino en el cuerpo: me daba frío. Hasta tal punto llevaba yo pervertidas las sensaciones por obra del tedio y del cansancio.
Llegó al primer pueblo del distrito, y allí le esperaban, a la puerta de un viejo mesón, a cuyos postes y rejas estaban atados otros tantos caballejos enjaezados a la usanza del país, hasta seis agentes electorales de nota.
Detrás de los tres individuos que, montados en fuertes caballejos, parecían jefes de la partida, venía maniatado a la espalda un hombre, como de treinta años, de barba negra, muy moreno, con un pañuelo liado a la cabeza y mal arropado con un capote pardo de los que usa el personal subalterno de ferrocarriles. Era un telegrafista de la estación cercana. Es uno del tren. ¡No chistes!
Chirriaban las puertas al abrirse, veíanse bajo los emparrados figuras blancas que se desperezaban con las manos tras el cogote, mirando el iluminado horizonte. Quedaban de par en par los establos, vomitando hacia la ciudad las vacas de leche, los rebaños de cabras, los caballejos de los estercoleros.
Palabra del Dia
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