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Abajo, en la orilla del agua, las ruinas de un lazareto, invadido completamente por las hierbas; luego barrancos, malezas, rocas enormes, algunas cabras montaraces, caballejos corsos triscando con las crines al viento; finalmente, allá arriba, en la altura, entre un torbellino de aves marinas, la casa del faro, con su plataforma de mampostería blanca, donde paseaban los torreros de un lado a otro, la verde puerta ojival, la torrecilla de hierro fundido, y encima la gran linterna, cuyas facetas brillan al sol y despiden luz aun en medio del día... He aquí la isla de las Sanguinarias, tal como la volví a ver en mi imaginación esa noche, al oír roncar mis pinos.

Esta parte de la ciudad forma lo que se llama el barrio de la Joliette, y está limitado por los nuevos puertos y magníficos muelles y almacenes creados para los vapores, y la vasta área del antiguo Lazareto destruido y de algunas colinas arrasadas donde se ha trazado el plan de una novísima Marsella que contendrá 150,000 habitantes en bellísimas calles.

Cuando el viento soplaba con fuerza impidiéndome estar a orillas del agua, me encerraba en el patio del lazareto, un patio pequeño y melancólico, todo él perfumado por el aroma del romero y del ajenjo silvestres, y allí, junto al lienzo de las vetustas paredes, dejábame invadir por el vago olor de abandono y de tristeza que envuelto en los rayos del sol flotaba entre los aposentos de piedra, abiertos por todas partes como tumbas antiguas.

Atravesó Mare nostrum el antepuerto, la dársena de la Joliette, la del Lazareto, deslizándose lentamente por los pasos de comunicación, entre grupos de transeúntes y de carros que esperaban el restablecimiento de los puentes giratorios de acero abiertos ante su proa. Luego fué á anclarse en la dársena de Arenc, cerca de los docks.

Las madres, que tantos y tan diversos rostros de pecadoras habían visto entrar allí, no parecían dar importancia a la belleza de la nueva recogida. Eran como los médicos que no se espantan ya de ningún horror patológico que vean entrar en las clínicas. Hubo de pasar un buen rato antes de que la joven se serenase y pudiera cambiar algunas palabras con sus compañeras de lazareto.

Eligió para esto un campo yermo, que se ensancha espacioso entre Lazareto, está sobre la orilla del Mar y las faldas del collado, que llaman del Castillo de Bellver: así por la capacidad del puesto, como por la distancia de la Ciudad, para que no sintiera la pesadumbre del humo.

Me apenaba el tener que abandonarles aquel cristiano. Entonces pensé en bajarlo a uno de los departamentos del lazareto... Toda una tarde empleé en aquella triste faena, y le respondo a usted de que necesité valor... ¡Mire usted, caballero! Hoy todavía, cuando bajo a esta parte de la isla en una tarde de ventarrón, me parece llevar a cuestas el cadáver... ¡Pobre viejo Bartoli!

Llegó una tarde de invierno en un paquebot de la «Mala Real», pasó cinco días en el Lazareto, desembarcó con dos baúles, la silla de mimbres y cincuenta latas de dulce; tomó su cuarto en esta casa de huéspedes, con ventana a la travesía, y aquí engorda risueña y plácidamente con el seis por ciento de sus inscripciones.

Porque es necesario saber que en Lisboa la cuarentena se impone durante los primeros nueve meses del año y se abre el puerto en los últimos tres, haya o no epidemias en los puntos de donde vinieron los buques que arriban a esa rada hospitalaria. Esta suspensión de hostilidades tiene por objeto sacar a licitación la empresa del lazareto, fuente principal de las rentas de Portugal. ¿Estamos?

Bajan veinte personas; cada una pagará en el lazareto dos pesos fuertes diarios, es decir, todas, en diez días, dos mil francos.