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Continúa el Padre Miguel de Yegros la Misión de los Zamucos, á cuyas manos muere el hermano Alberto Romero.

Se acordaba del sol de invierno de la tarde anterior. ¡Paco ya lo había olvidado! no pensaba más que en aquella hermosura fresca, oliendo a yerba y romero que le venía de la aldea a alegrarle los sentidos.

Mi alma tantalizada reposa dulcemente aquí, olvidando, sin recordarlas jamás, sus rosas, sus antiguas ansias de mirtos y de rosas. Pues ahora, mientras reposa tan tranquilamente, imagina a su alrededor, una más santa fragancia de pensamientos, una fragancia de romero mezclado a pensamientos, a sabor callejero y al de los bellos y rígidos pensamientos.

En esto, atravesaron al jabalí poderoso sobre una acémila, y, cubriéndole con matas de romero y con ramas de mirto, le llevaron, como en señal de vitoriosos despojos, a unas grandes tiendas de campaña que en la mitad del bosque estaban puestas, donde hallaron las mesas en orden y la comida aderezada, tan sumptuosa y grande, que se echaba bien de ver en ella la grandeza y magnificencia de quien la daba.

En 19 de Julio 2159 mrs. á Andrés de Hoces, de resto y á cumplimiento de 30 ducados que con él se concertó la danza de las Amazonas. Este día á Juan López Romero, 1875 mrs. de resto y á cumplimiento de 10 ducados en que con él se concertó la danza de los galanes.

Hombre ... eso no me parece bien dijo Lázaro suspenso. ¿Pero cómo vas á perder esta sesión? Habla Alcalá Galiano, Romero Alpuente, Flórez Estrada, Garelli y Moreno Guerra. No habrá otra sesión como ésta. ¿Qué más da que vayas á tu casa ahora ó á las doce? Tu tío creerá que no ha llegado la diligencia. Hombre, no. Estoy cansado. Me esperan tal vez en su casa. No seas tonto. Vente á la Fontana.

Fué el hermano Alberto Romero de nación español y natural de Segovia, hijo de padres honrados y de profesión mercader, bien acomodado; mas deseoso de ver tierras y hacer mayor fortuna, pasó con otros mercaderes Perú, esperando hallar aquí fortuna igual á sus deseos.

Al día siguiente, en la iglesia, envueltas en el romero bendito, habían de arder todas las velitas microscópicas.

La artemisa con las tradicionales virtudes de sus jugos; la yerba buena con las delicadas emanaciones de sus ásperas hojas; el adusto romero con su salvaje independencia, adornan las faldas del coloso, esparciendo á su alrededor finísima fragancia. Cuando el ábrego hiere las copas de las casuarinas produce en sus delicadas ramas una armonía extraña y conmovedora.

Parece, sin embargo, que su nombre quedó después prontamente obscurecido por los de los nuevos dramáticos. Es de presumir que aconteciera lo mismo con Joaquín Romero de Cepeda , con Berrio y Francisco de la Cueva, de quienes tratamos ya en el período anterior de la historia del teatro español.