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El soldado parecía no poder dar un paso más, y muy despacio dejó caer el fusil con la culata hacia el suelo. La punta de la nariz del recién llegado la nariz de la señora Lefèvre relucía como el bronce; sus rubios bigotes temblaban; cualquiera hubiera pensado en uno de esos gavilanes grandes y flacos a los que el hambre lleva a las puertas de los establos en invierno.

Catalina, al ver las sombrías techumbres, los viejos cobertizos, los establos, toda aquella antigua morada donde había pasado su juventud, donde se había deslizado la apacible y laboriosa existencia de su padre y de su abuelo y que ella iba a abandonar quizá para siempre, experimentó una angustia terrible; pero nada dijo, y saltando del trineo, como en otras ocasiones cuando volvía del mercado, exclamó: Vamos, Luisa; por fin nos vemos otra vez en nuestra casa, gracias a Dios.

En el fondo del abismo se extendía una gran nube blanca; a través de aquella nube se veía una lucecilla agitarse sobre la ladera de «El Encinar» y no se veía más; pero cuando a veces soplaba el viento, el incendio aparecía: los dos altos mojinetes, negros: el granero, incendiado; los establos pequeños, ardiendo; luego, todo desaparecía otra vez.

Por la parte exterior del patio de nuestra casa, alcanza la vista los establos, los pajares, las leñeras y los corrales que la rodean, y la puerta que siempre permanece abierta, da a la calle del pueblo, por donde cruzan los aldeanos llevando las herramientas de labranza sobre el hombro, y algunas veces sobre el otro una cuna con un niño dormido; sigue después la esposa con otra criatura de pecho, y después una cabra con su cabrito, que al pasar por la puerta se detiene un momento para jugar con los perros, y se aleja después dando saltos.

Hacen entonces una investigación escrupulosa en los establos, en la granja, en el granero y en el pajar; pero registran sobre todo el molino, suben y bajan las escaleras, y revuelven el cuarto de los trastos viejos.

En cuanto el tío Roque cerró el ojo, los rapaces vendieron al capitán los prados y las tierras y embarcaron en Gijón para la Habana: las rapazas se fueron á servir á Oviedo: el tío Meregildo, que mientras vivió su hermano fué buen paisano, comenzó á dormir en las tabernas hasta que hundió lo que tenía... En fin, ya lo sabes; allí ya no hay más que unos cuantos establos.

Aunque se armó gran algazara, la moderó algún tanto el cura de Boán recordando las diversas ocasiones en que se oían contar casos análogos: culebras que se encontraban en los establos mamando del pezón de las vacas, otras que se deslizaban en la cuna de los niños para beberles la leche en el estómago....

Nombres propios casi ninguno: el grosero materialismo, el asqueroso sensualismo, los cerdos de los establos de Epicuro y otras colectividades así hacían el gasto; pero nada de Strauss ni de las luchas exegéticas de Tubinga y Götinga: amigo, esto quedaba para el Magistral, con no poca envidia de Glocester. Voltaire, y a veces el extraviado filósofo ginebrino, pagaban el pato.

Sintió necesidad de ver inmediatamente los establos con sus animales vacunos; luego echó una ojeada á las cuadras vacías. La movilización se había llevado sus mejores caballos de labor. Igualmente había desaparecido su personal. El encargado de los trabajos y varios mozos estaban en el ejército.

Chirriaban las puertas al abrirse, veíanse bajo los emparrados figuras blancas que se desperezaban con las manos tras el cogote, mirando el iluminado horizonte. Quedaban de par en par los establos, vomitando hacia la ciudad las vacas de leche, los rebaños de cabras, los caballejos de los estercoleros.