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Hallar la muerte en sus zelos, de D. Félix Pardo de Lacasta, á 1659. El noble siempre es valiente, autógrafa, de Fernando de Zárate; y el Auto del hospital, de Roque de Caxés, autógrafa, con la fecha de 14 de julio de 1609. Biblioteca nueva de los escritores aragoneses que florecieron desde el año de 1500 hasta el de 1802, por Don Félix de Latassa y Ortiz: Pamplona, 1798-1802.

Don Carlos Rojas estaba en la habitación principal de su estancia, sentado á la mesa con don Roque, el comisario de Policía del pueblo. Una muchachita mestiza se mantenía erguida junto á ellos, mirándolos con sus ojos oblicuos, en espera de órdenes.

El buen don Roque era toda una hormiguita aprovechada, y así no fué extraño que con gran asombro de muchos le vieran en poco tiempo dueño de fincas, con criados, caballos y lleno de grandes comodidades.

De nada dirán, pues en San Andrés bendito me casé con mi Roque, que está en gloria, de la consecuencia de una caída del andamio. Esta dice que tiene el marido en Celiplinas, y será que desde allá le hace los chiquillos... por carta... ¡Ay, qué mundo! Te digo que sin criaturas no se saca nada: los señores no miran a la dinidá de una, sino a si da el pecho o no da el pecho.

De este modo se libraba de un compromiso. En efecto, los partidarios de Belinchón, por su número, por su riqueza y por la buena maña que se dieron, lograron triunfar en toda la línea. La lucha, últimamente, se había concentrado en el punto por donde se presentaba don Roque. Los del Camarote sabían que si éste era elegido, la batalla estaba ganada.

Ha cumplido los quince años y se ha puesto vestido largo... Don Lucas teme que se case pronto con Roque Torres, el compadrito aquel que echaste con cajas destempladas, como que ahora no estás para echarlo... Y Pepa, silbaba, como si nada se le dijera...

La señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna manera; antes le pidió perdón del agravio que le hacía, forzado de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio.

Entonces la ciudad recurrió al rey, que, enterado del caso, envió en 20 de Noviembre de 1636 una provisión al regente de la Audiencia de Sevilla, que lo era don Paulo de Arias Temprado, mandándole que abriese inmediatamente escrupulosa información sobre la vida y milagros del famoso Roque y que se remitiera al Concejo.

Al alcalde no le llegaba la camisa al cuerpo. Cuando en un paraje retirado alcanzaba a ver a alguno del Faro, ordenaba prontamente la vuelta. Rojas Salcedo contestó a los del Camarote que si don Roque salía elegido concejal, sería nombrado otra vez alcalde. Pero al mismo tiempo escribía con misterio a los del Saloncillo, encargándoles que trabajasen todo lo posible para que no saliese.

Don Rodrigo pasó por encima de la puerta tirando de él con cuerdas, prefiriendo esta incomodidad a la humillación de su noble depósito. A la mano izquierda están los grandes y alegres arrabales de San Roque y San Bernardo, con el jardín del rey, llamado así por haber sido de un rey moro llamado Benjoar.