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Puede llevar dentro y fuera de su casa, lo mismo ante Rey que Roque, cual antiguo mesnadero, no crean ustedes que el sombrero puesto ó las manos en los bolsillos, sino muchísimo más; puede llevar una camisa de faldones bastante largos fuera del pantalón, y una chaqueta muy corta encima de la camisa.

Celinda entró en la habitación con falda de amazona, dió un beso á su padre y saludó á don Roque. Aprovechando éste los breves momentos en que desapareció el estanciero para volver con una caja de cigarros, dijo á la joven, mirando maliciosamente su falda: Por el campo va usted vestida de otro modo. Sonrió Celinda, amenazándole después con un ademán gracioso para que guardara silencio.

Don Roque, en otras circunstancias, se hubiese alarmado al conocer esta visita. Tal vez preparaban algún robo importante de «hacienda» para llevar las reses al otro lado de la Cordillera y venderlas en Chile. Pero ahora los personajes importantes de la Presa daban más que hacer al comisario que los gauchos dedicados al abigeato.

En el fondo, el golfo incendiado por el sol africano, la costa de Algecíras y San Roque, con sus graciosas poblaciones, la Isla-Verde con su hospital, las fortalezas españolas y la faja de montañas cerrando el horizonte al sud-oeste.

Cuando llegó á París, tenía veinte años, y fué á instalarse en casa de su anciana tía, Mme. Montansier, mercera de la calle San Roque. La futura actriz era entonces una muchacha menudita, pizpireta, gran conversadora, diabólica de puro insinuante.

Y, trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un salvoconduto para los mayorales de sus escuadras, y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres, y admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que por ladrón conocido.

No lo dijo tan paso el desventurado que dejase de oírlo Roque, el cual, echando mano a la espada, le abrió la cabeza casi en dos partes, diciéndole: -Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos. Pasmáronse todos, y ninguno le osó decir palabra: tanta era la obediencia que le tenían.

En la Biblioteca del duque de Osuna se encuentra el autógrafo de la comedia Peligrar en los remedios; al fin se dice: «Acabado sabado nuebe de diciembre 1634 para Roque de Figueroa.

Llegó, en esto, uno o algunos de aquellos escuderos que estaban puestos por centinelas por los caminos para ver la gente que por ellos venía y dar aviso a su mayor de lo que pasaba, y éste dijo: -Señor, no lejos de aquí, por el camino que va a Barcelona, viene un gran tropel de gente. A lo que respondió Roque: ¿Has echado de ver si son de los que nos buscan, o de los que nosotros buscamos?

Roque de Figueroa, hijo de una familia de Córdoba, distinguida y respetada, recibió una educación literaria y científica correspondiente á su clase, debiendo consagrarse al servicio del Estado con arreglo á la voluntad de sus padres; pero por su afición al teatro abandonó los estudios y se hizo cómico.