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De paso averiguan los pastores cuál es la vaca más fuerte y más garbosa para ponerle al pescuezo el campano del lugar, ó sea el cencerro más grande de los diez ó doce que tiene el Concejo para que la cabaña se luzca con ellos por esas brañas de Dios.

Formaban parte de la cordillera fragosa que separa las provincias del Norte de las del centro. Vegalora era, por tanto, el último concejo de la provincia en la región en que nos hallamos. Detrás de aquellas moles inmensas y oscuras se extendían los campos yermos y dilatados de Castilla.

Gozaba de mucha popularidad en la comarca, siendo conocido por su nombre lo mismo en la villa que en los caseríos del concejo. Entre los perros también era bien quisto. Todos confesaban que tenía una razón muy clara y le juzgaban incapaz de jugar una perrada á nadie. Si la raza canina convocase un parlamento, el Canelo sería indudablemente el candidato indicado para aquel distrito.

En su virtud, la Ciudad disputo que su Mayordomo Juan Martínez, se hiciese cargo de les gastos del hospedaje y éste dió la siguiente relación de ellos á los Contadores del Concejo en esta forma: «Viernes, en la noche 21 días de Julio año del nasçimiento de nro. saluador ihu. xpo. de 1402, llegó á Seuilla dicho mensajero. En este día les envié una fanega de cebada que costó 15 mrs.

Lo dicho continuó el viejo, no ven ustedes un buey á cuatro pasos.... Pues yo veo que por ese juriaco se nos mete en casa el forastero; que el reló es una trampa que se nos quiere armar para dejarnos á toos en cueros vivos en el día de mañana. Una exclamación de sorpresa fué la contestación del concejo.

Demuéstrase en él, entre otras cosas, por las leyes del Concejo, la antigua y suma importancia de la ganadería en la Montaña. Y ésta más, Los Eddas, traducción del poema de este nombre, algo como la Iliada de los suecos: es empresa de los albores literarios de nuestro amigo.

Acabados de tomar todos, dijo mi amo desde el púlpito a su escribano y al del concejo que se levantasen y, para que se supiese quién eran los que habían de gozar de la santa indulgencia y perdones de la santa bula y para que él diese buena cuenta a quien le había enviado, se escribiesen.

Aquel repleto arsenal respondía tan sólo al constante temor en que vivía de los ladrones. ¿Los había en Laviana? Tampoco, pero los había en Castilla, desde donde habían llegado cierta noche formando una partida montada y salvando la cadena de montañas á robar á su pariente D. Zacarías de Bello en el concejo limítrofe de Aller.

3 Fueron, pues, reunidos los grandes, los asistentes y capitanes, los oidores, receptores, los del concejo, los presidentes, y todos los gobernadores de las provincias, a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado; y estaban en pie delante de la estatua que había levantado el rey Nabucodonosor.

Desde este punto estratégico situado en el centro del concejo, D. Lesmes hacía constantes correrías por todo él, dejando á los hombres, pero no perdonando hembra alguna, ni por fea ni por vieja. Nadie conoció jamás un caballo de tan buena boca. Si se pudiesen poner en ristra las víctimas de sus hechizos, impondrían terror por la calidad tanto como por la cantidad.