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Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer... El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante.

Y es lástima grande que con tan brillantes cualidades, no sea el señor Cané más que un dilettante en las letras. Se nota que aquel autor no siente en la vocación del escritor; escribe como un pis aller. Dotado como pocos para ello, jamás ha considerado a las letras sino como un accesorio, y en el fondo se me ocurre que es el hombre más desprovisto de vanidad literaria.

Un minuto después ya no había ninguno. ¿Dónde se metieron? Si os llamáis amigos nuestros, ¿por qué no lo demostráis cuando llega el caso? ¿Pensáis que los palos de los de Aller no duelen como los de Lorio? ¿Ó es que solamente somos amigos cuando nos encontramos allá á la orilla del río, y acá sobre los picos ya no nos conocemos? A medida que hablaba, Nolo se había ido exaltando.

Ni para dar ni para recibir garrotazos hemos tenido duelo de nuestros huesos... Pero has faltado á la verdad al decir que estamos apartados por una miseria. ¿Cómo? ¿Es una miseria el dejar á uno solo cuando más necesita de la ayuda de los amigos? Al comenzar la jarana con los de Aller había sobre la campera más de veinte mozos de Entralgo y Canzana.

La primera, según se viene de la mar por los valles de Langreo y San Martín del Rey Aurelio, es Tiraña, la segunda la Pola, capital y sede del Ayuntamiento; enfrente de ésta Carrio, más allá Entralgo y detrás de él, en los montes limítrofes de Aller, Villoria, la más numerosa de todas. Por último, en el fondo del valle, á cada orilla del río, están Lorío y Condado.

Que si Nolo te coge con un dedo te manda dando volteretas por encima de aquel monte que allí ves y se llama Peña-Mea. ¡Lo veremos! profirió el minero con voz ronca. , te veremos por el aire y te verán los paisanos del concejo de Aller cuando allá caigas replicó la traviesa zagala con la misma risa burlona. Joyana se acercó á su compañero y le habló unas palabras al oído.

Aquel repleto arsenal respondía tan sólo al constante temor en que vivía de los ladrones. ¿Los había en Laviana? Tampoco, pero los había en Castilla, desde donde habían llegado cierta noche formando una partida montada y salvando la cadena de montañas á robar á su pariente D. Zacarías de Bello en el concejo limítrofe de Aller.

En virtud pues del beneplácito de estos indios, é inmediatamente despues de haber recibido tan favorable nueva, mandó el Padre provincial á los hermanos José Bermudo y Julian de Aller que acompañasen á Juan de Soto que regresaba á Moxos.