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dirás que qué tiene que ver... Es claro, nada; pero vete a saber cómo se enlazan en el pensamiento las ideas. Esta mañana me acordé de lo mismo cuando pasaban rechinando las carretillas cargadas de equipajes. Anoche me acordé, ¿cuándo creerás? Cuando apagaste la luz. Me pareció que la llama era una mujer que decía ¡ay!, y se caía muerta.

Currita bajó la primera, nerviosa, un poco pálida, pero no de vergüenza ni de miedo, sino de ira, de anhelo, de despecho... Por fin, iba a entrar agarrada al manto de la caridad, haciendo hincapié en las llagas de los heridos del Norte, en la guarida de la fiera, y a cerciorarse por misma de si eran de la droga aquella, fuese píldora o jarabe, los equipajes que había visto Demetrio en el coche reservado.

La Aduana no se debia despertar hasta las ocho, hora en que comenzaron los registros de equipajes y escrutinios de pasaportes, sin excepción de persona.

Algunas muchachitas tocaron disimuladamente la tela de su vestido, para apreciar mejor su finura. Fueron acudiendo, atraídos por el suceso, los principales personajes del campamento, y el español hizo la presentación de sus amigos Canterac, Pirovani y Moreno. Al ver Watson que los hombres que habían cargado con los equipajes los metían en su vivienda, buscó á Robledo apresuradamente.

A la derecha del patio se divisa una pequeña habitación; agrupados allí los viajeros al lado de sus equipajes, piensan el último momento de su estancia en la población: media hora falta sólo: una niña, ¡qué joven, qué interesante! apoyada la mejilla en la mano, parece exhalar la vida por los ojos cuajados en lágrimas: a su lado el objeto de sus miradas procura consolarla, oprimiendo acaso por última vez su lindo pie, su trémula mano...

Fue de suerte, que al bajarse en Irún y oír las primeras sílabas pronunciadas en idioma extraño, Lucía murmuró como con pena: ¿Pero qué? ¿Hemos llegado ya? A Francia, casi respondió Artegui ; pero aún nos falta un trecho regular hasta Bayona. Aquí se registran los equipajes: es la aduana de Irún.

Ninguna poblacion notable se encuentra en todo el trayecto: la campiña es deliciosa y alegre, está bien cultivada: las estaciones todas muy animadas, el servicio está bien atendido. A media legua de Turin hicimos alto: todos los viajeros y equipajes se trasladaron á los ómnibus que aguardaban, media hora despues entramos en Turin.

La una se alzaba en el torreón de la iglesia, la otra en la puerta de un almacén de depósito. La religión llamaba al cristiano, el trabajo convocaba al obrero. Aquel pueblo se despertaba á la voz de la fe y á la voz del trabajo. ¡¡Sacrosanto lenguaje, que hace feliz á todo el que comprende!!.... Quico quedó en el encargo de recoger los equipajes.

Vea, José dijo Melchor, dirigiéndose al sirviente de la estancia que les acompañaba con una lámpara en la mano, ponga todo en los baños, prontito, y encienda las luces. , señor. Oiga, José... ¿dónde ha puesto los equipajes? Lo suyo está en su cuarto; los otros los pusimos en la pieza grande.

Quizás ni aun sus pies tocaban la cubierta del vapor. Tal era su ligereza que volaba en vez de marchar, y cuando por casualidad se dormía soñaba que nadaba en el aire. Cuando el buque fondeó en el puerto era noche cerrada, y ya habían dado las nueve cuando los pasajeros y sus equipajes llegaron a tierra.