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Actualizado: 1 de octubre de 2025


Sólo el niño que había declamado los versos quedó solitario en su asiento, sin padre ni madre que le recibieran en sus brazos; la pobre criatura dirigió una larga mirada al dichoso grupo, y con sus premios en la mano, salió lentamente por una ancha galería en que comenzaban a amontonar ya los criados los equipajes de los niños que se marchaban.

Los equipajes ya están cargados, niño; pero, ¿sabe?... el baúl grande no puede ir en este tren; pero va más tarde. ¿Por qué? No qué me dijo el jefe, de que no hay furgón de encomiendas, porque dice que es rápido de pasajeros. Traiga la valijita. Toma, ¿y dónde está Melchor que no lo veo? Ahí viene con D. Ricardo.

Precisamente, el banquero más rico de la ciudad, Sam Poetor, era pariente de mi compañero de camino, y en cuanto supo nuestra llegada, nos envió á buscar en su coche, hizo recoger nuestros equipajes en el hotel y de grado ó por fuerza nos instaló en su casa. Era el tal un solterón de cincuenta años, y rico como lo son los de aquel país, vivía como un príncipe sin privarse de ningún placer.

Diez minutos después, el ruidoso expreso de Calais a Roma, el limitado tren compuesto de tres vagones-cama, coche-restaurant y coche de equipajes, entraba en la gran estación abovedada, y, despidiéndome del ridículo viejo Babbo, subía al tren y me era señalado mi compartimiento hasta Calais.

Calmose, en fin, la zalagarda; metiéronlos con los equipajes en una casa, y el español creía que soñaba y que luchaba con una de aquellas pesadillas en que uno se figura haber caído en poder de osos, o en el país de los caballos, o Houinhoins, como Gulliver.

Tal vez en consideración a ese menguado propósito pregonaba a la luz del día sus relaciones con cierta comiquilla que merced a las larguezas del tardío calavera arrastraba en el Bosque uno de los mejores equipajes de París, y aun se añadía que no era ésta la mayor de sus locuras, comenzando a prestársele detalles de vida y costumbres que informaban los más deplorables caracteres.

Sus brazos amarillos pasaban enormes fardos de las bodegas de proa y de popa a las chatas embarcaciones. Esta operación iba a prolongarse hasta la madrugada. Además de las mercancías, había que echar a tierra el enorme bagaje de la compañía de opereta: cofres de vestuario, decoraciones, equipajes de los artistas. Al entrar en su camarote, Ojeda experimentó la sorpresa de la inmovilidad.

La organización de su nueva vida en su gran hotel de la Avenida de Alma, el aturdimiento de las fiestas que saludaron su enlace, el brillo de su tren de casa, de sus equipajes y vestidos, todo la ayudó, sin duda, porque al fin era mujer, a pasar sin reflexionar mucho, los primeros tiempos de su unión.

Isidro, que no había de escribir a nadie pues sólo pensaba enviar a su hijo una postal con grupos de negros al bajar a tierra , contempló irónicamente esta fiebre grafománica. ¡Qué de embustes sobre el papel; historias fingidas a última hora para llenar pliegos, sin que se trasparentase la verdad! ¡Qué de juramentos de eterno recuerdo, cuando los pobres recuerdos de tierra no habían salido de los equipajes y en ellos permanecían encogidos, cual prendas sin uso, mientras el olvido y el afán de placer sin consecuencias se había enseñoreado del buque!... Maltrana pensó que si toda esta avalancha de mentiras se solidificase repentinamente, el pobre Goethe se iría al fondo no pudiendo resistir tan enorme peso.

El pobre hombre se quedó hecho una estatua al oir la proposición. «Señor, le dijo, mire V.S. que vengo desde más allá de Becerrilejo; que traigo ocho de familia y cuatro caballerías para ellos y para los equipajes; que he pagado adelantado el alquiler de la bodega, y he gastado mucho en colocar la tramoya que V.S. está viendo.

Palabra del Dia

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