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Actualizado: 1 de octubre de 2025


El hotel de Puerto Rico, donde tío Manolo se alojaba, no era, en realidad, más que una mediana casa de huéspedes. Nada de cuanto caracteriza a los hoteles se encontraba en él; ni movimiento de criados, ni entrada y salida de viajeros y equipajes, ni ruido de ninguna clase. Por lo demás, éstos eran fijos y no pasaban mucho de una docena.

A última hora, la urgencia del desembarco, la necesidad de reunir los equipajes, la visita de la aduana, hacían olvidar a los amigos. Ofrecíanse unos a otros los respectivos domicilios, cruzábanse tarjetas. Las niñas se decían adiós con un conato de lagrimeo. Iba a disolverse todo el mundo.

Al llegar á Kehl la policía aduanera y militar nos cayó encima, como era natural, puesto que íbamos á entrar á Francia. «Nadie pase sin hablar al portero», decía Larra, y esto en Francia tenia su aplicacion rigorosa . Todos los viajeros hubimos de entregar nuestros pasaportes y equipajes, y dejarnos encerrar en un ómnibus para pasar el puente bajo la vigilancia de un agente de policía.

Porque él va bien de equipajes... ¡eso , jinojo! y derecha como un juso ha de subir la su alma.

Poco a poco fue llegando gente; empleados que venían desperezándose, mozos que sacaban de junto a las básculas los carretones de los equipajes, otros ocupados en recoger lamparillas de los coches, y algunos que traían grandes atados de cántaras vacías, devueltas por los lecheros a su punto le origen.

Otro remolcador del mismo aspecto se colocó junto a la proa, marchando aparejado con el Goethe, como un perrillo trotador al lado de un elefante. Los pasajeros olvidaron la ciudad para atender a sus equipajes de mano. Los stewards iban sacándolos de los camarotes y los alineaban en cubiertas y pasillos. Crecía Buenos Aires con rapidez prodigiosa.

Pero su holgazanería le vedaba siempre entrar en faenas duras, y sólo se ocupaba de cuidar el almacén de equipajes y encargos. En destino tan poco brillante aguardaba el imaginario triunfo de aquellos buenos señores del club, tan sabios, según él, o la señal de armar camorra a las autoridades.

Fernando vio que sólo iba a tener por compañeros de viaje a los individuos de una familia. ¡Pero qué familia!... Llenaba casi todos los compartimientos del vagón, y en torno de ella y de una montaña de equipajes agitábanse más de doce servidores: porteros de hotel, camareros movilizados, mozos de carga, automovilistas. Sintióse contento de esta vecindad: empezaba a estar entre los suyos.

En Manzanos, al acercarme al hotel para averiguar algo de mi carruaje, vi... ¡mis pobres equipajes, abandonados bajo un corredor!

Delante de la posada aguardaban Primitivo y Julián; aquél con su cara de metal, enigmática y dura, éste con el rostro dilatado por afectuosísima sonrisa. Nucha le saludó con no menor cordialidad. Bajaron los equipajes, y Primitivo se adelantó trayendo a don Pedro su lucia y viva yegua castaña.

Palabra del Dia

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