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Avenidas y calles formaban un entrecruzamiento regular de blancas cintas. Notábase en ellas el movimiento humano como un tenue hormigueo. A trechos lo cortaba el rápido deslizamiento de algunos puntos brillantes: automóviles y tranvías.

Después de varios días de encierro aún no se había amortiguado en él la impresión que le produjo ver por primera vez la iglesia solitaria y cerrada. Sus pasos retumbaban sobre el pavimento, cortado a trechos por los sepulcros de prelados y grandes señores de otros siglos. El silencio del templo muerto se alteraba con extrañas sonoridades y roces misteriosos.

Algunos arroyos bordeados de sauces se pierden en la llanura sin alejarse demasiado los unos de los otros, se embalsan a trechos, se acercan y se huyen cuando parece que van a darse alcance, y, finalmente, más lejos, se ven correr todos juntos.

Había en la nava mucho heno, grama abundante y a trechos intrincados matorrales, en que tropezaba, o alta hierba que subía hasta sus muslos, porque no había senda o porque la había perdido.

De sus cuatro ángulos parten manojos de baquetones interrumpidos á trechos por círculos ó medallones con bustos de varios santos: mezcla de estilos que produce una decoracion pesada y de mal efecto. Las bóvedas de la nave del crucero son semejantes á esta, y estan igualmente decoradas con baquetones góticos.

Freya fué instintivamente hacia ella, como un insecto hacia la luz, dejando á sus espaldas el cuarto sombrío y húmedo, cuyo papel pendía á trechos. «¡Qué hermosoEl golfo, encuadrado por la ventana, parecía un lienzo con marco, un original vivo y palpitante de las infinitas copias esparcidas por el mundo.

A la izquierda el puro azul del cielo se deja ver, desvaído ya y marchito, y su fondo luminoso queda cortado a trechos por las formas rígidas de alguna conífera o por los tricornios de los guardias que permanecen clavados a sus caballos, y los caballos a la tierra como verdaderas estatuas.

Mas abajo las faldas aparecen á trechos cubiertas con las alfombras frescas y tupidas de algunas praderas, ó de repente se ve una rambla estrecha y profunda por cuyos agrios peñascales se precipita algun torrente, saltando de roca en roca en luminosos torbellinos de perlas y espumas y regalando á las brisas su eterno concierto de salvajes rumores.

Vuelto a su asiento, Melchor tomó los diarios y quedó con ellos en la mano, contemplando el paisaje monótono y espléndido al mismo tiempo, como que ante su vista se extendía la llanura, de una horizontalidad perfecta, cubierta en toda su extensión por maizales y linares matizados a trechos con grupos de parvas secas y con los pequeños bosques de las estancias, por las que pasaba el tren como ocupando el extremo de un diámetro que girara sin cesar.

León Pinelo, en sus Anales manuscritos de Madrid, habla así de la entrada del Príncipe: Domingo 26 de marzo 1623. «Las galas y libreas fueron riquísimas, el adorno de las calles lucido y puestos á trechos Theatros con danzas, bayles y comedias, máscaras y otras invenciones. El dia no fué muy favorable, porque llovió toda la mañana, aunque la tarde dió lugar á la entrada.