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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Y las pobres chermanetes, goteando por todos los pliegues de sus vestiduras, avanzaban en aquella atmósfera casi líquida, obscura, tempestuosa, cortada a trechos por el crudo resplandor de los hachones. Los músicos probaban los instrumentos preparándose a soplar la Marcha Real. En el hueco iluminado de la puerta se marcó algo que brillaba sobre las cabezas como un ídolo de oro.

La parte de atrás de la casa de los hidalgos daba a una hondonada; tenía una gran galería de cristales y estaba hecha de ladrillo con entramado negro; enfrente se erguía un monte de dos mil pies, según el mapa de la provincia, con algunos caseríos en la parte baja, y en la alta, desnudo de vegetación, y sólo cubierto a trechos por encinas y carrascas.

Avanzó el Goethe con majestuosa lentitud, partiendo las aguas de fuego, deslizándose ante las pendientes boscosas, cuyo verdor estaba interrumpido a trechos por unas fortificaciones viejas, de teatral inutilidad. Las baterías modernas, ocultas en el suelo, apenas si se delataban por las gibas de sus cúpulas movibles.

Eran los primeros días del mes de Febrero. El frío era intensísimo. Un manto de nieve cubría en torno la tierra y coronaba a trechos con blancos penachos las erguidas y sombrías copas de robles, abetos y pinos. Rara vez abandonaba Poldy la abrigada habitación del castillo, donde apenas tenía más persona con quien conversar que su hermano el conde Enrique.

Por la parte inferior de las ventanas corre á alguna distancia un cornisamento cuyo friso está adornado de follagería con medallones de muy alto relieve á trechos; debajo hay en cada lado tres arcos ojivales figurados, y en su vano estan abiertos otros algo menores de medio punto, que dan salida á las tribunas. El tímpano entre ambos arcos está lleno de adornos formando cenefa.

A trechos por el ultramisticismo de apoteosis de sus poemas pasa una desolada sombra de horror: el ala angustiadora y proterva del monstruo del alcohol. Y así nos ha dado las más hondas y raras impresiones que artista alguno dió a la humanidad en todos los tiempos.

Todas se proponían conmover a sus amigas de Madrid con el relato de tan horrible aventura. Creíanse ya heroínas de una novela de Julio Verne. El espectáculo que se ofreció a su vista cuando tuvieron ojos para contemplarlo era grandioso y fantástico. Inmensas galerías embovedadas cruzándose en todas direcciones e iluminadas solamente por la pálida luz de algunos candiles colgados a largos trechos.

Era un islote de dos o tres kilómetros de extensión, propiedad de don Mariano de Elorza, que sólo la utilizaba para cazar de vez en cuando y traer de allá todos los años algunos centenares de huevos de gaviota. Estaba cubierta a trechos de pinos, pero en su mayor parte vestida de tojo, donde las liebres y los conejos tenían su guarida.

Palabra del Dia

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