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Tenía el espíritu demasiado inflamado por el amor divino para ver lo que había de cómico e interesante en este personaje estrafalario, para contemplarlo y estudiarlo con ojos de artista.

Nuestro salón campestre, en una noche de baile, es una cosa encantadora; aquel conjunto de bellezas, así humanas como rústicas y de artificio; aquel enjambre de mujeres hechiceras, arrastrando el lujo y la vaporosidad de sus trajes y prendidos entre el otro lujo exuberante de la vegetación, á media noche, á la luz misteriosa que producen los destellos del gas quebrándose en el verde follaje de los árboles; los ecos de la invisible orquesta, el ambiente, la.... Vamos, que tiene aquello algo de fantástico que no se comprende bien á no contemplarlo.

...«¿Por qué te has llevado mi pensamiento?»... leía y releía Melchor en el telegrama de Clota, que había sacado del bolsillo para contemplarlo de nuevo como un diploma de felicidad, pensando: ...¡Qué misterioso intercambio de ideas, de anhelos, de aspiraciones coincidentes, en esta suprema armonía de afecto que nos une!... ¡Cómo ha sabido encontrar Clota la mejor forma de decir lo que yo también pensaba... «te has llevado mi pensamiento»! ¡De qué manera se habrá sentido, acompañándome con la imaginación, que ha producido esta fórmula tan sencilla, tan exacta, tan delicada, tan honda!... «te has llevado mi pensamiento»... ¿Si ocurrirá así?... porque desde que me he separado de ella siento en mi cerebro, en mi corazón, en mi espíritu, ¡qué yo! algo como una voz íntima que me dice: «Clota... soy Clota... ¿ves? estoy contigo... contigo para siempre... ¡para siempre!...»

La fotografía de la primera página era más reciente y en ella resplandecía, con el fino tipo de las Aliaga, una maravillosa cara de mujer, la madre de ellas. Más que su noble belleza, impresionaba el alma de los ojos, profunda, dulce, y su expresión singularmente parecida a la de Laura. Este retrato ejercía sobre Adriana una especie de fascinación. Solía largamente contemplarlo.

Había que elevar la voz, pues el choque de las aguas dominaba todos los otros ruidos. Era a modo de los trémolos orquestales que dan en el teatro un realce conmovedor a palabras y gestos. Isidro se sintió más grande en este ambiente húmedo y sonoro. El bosque inmóvil parecía contemplarlo con sus mil ojos verdes, entre asombrado y curioso.

Un intrépido marino holandés, vigoroso y frío observador, cuyos días se deslizan en el inmenso Océano, confiesa con franqueza que la primera impresión que se recibe al contemplarlo, es de miedo. Para todo ser terrestre es el agua el elemento no respirable, el elemento de la asfixia. Barrera fatal, eterna, que separa irremediablemente ambos mundos.

Los cadetes venían por la tarde a contemplarlo, siendo para ellos lo más notable de la Primada aquel coloso de carnes sonrosadas que, con el niño al hombro, adelantaba sus piernas angulosas, apoyándose en una palmera que parecía una escoba. La alegre juventud militar divertíase midiendo los tobillos con el sable y calculando después cuántos «sables» de altura alcanzaba el bendito coloso.

Lástima grande, sin embargo, que tal esfuerzo de ánimo no obtenga mejor recompensa, que aquel ser se vea detenido en ese primer fervor del arte por la fatalidad de su naturaleza. Al contemplarlo, se apodera de nosotros nuevo ensueño, presintiendo que ese mundo acuático no se basta á mismo.

Al contemplarlo me parecia ver sobre una almena la sombra sublime de Guzman el Bueno, dominando las vagas sombras de la noche, con el brazo extendido mostrando el Africa, y recordando al mundo que la abnegación suprema es una virtud para la cual no debe haber ni época ni posteridad.... La isla de León. Panorama de Cádiz. Reminiscencias. Curiosidades y costumbres. San-Fernando. Puerto-Real.

Todas se proponían conmover a sus amigas de Madrid con el relato de tan horrible aventura. Creíanse ya heroínas de una novela de Julio Verne. El espectáculo que se ofreció a su vista cuando tuvieron ojos para contemplarlo era grandioso y fantástico. Inmensas galerías embovedadas cruzándose en todas direcciones e iluminadas solamente por la pálida luz de algunos candiles colgados a largos trechos.